jueves, 2 de diciembre de 2010
encuentro cercano con los extra-extra-extra terrestres
domingo, 28 de noviembre de 2010
lunes, 22 de noviembre de 2010
fragmentos 21 (de una estación cualquiera)
domingo, 21 de noviembre de 2010
domingo, 14 de noviembre de 2010
lunes, 1 de noviembre de 2010
fragmentos 20
jueves, 14 de octubre de 2010
Regina Spektor-Chile 13-10-2010
martes, 12 de octubre de 2010
sábado, 2 de octubre de 2010
a mi futuro parto
martes, 14 de septiembre de 2010
el número que no ha marcado, existe.
sábado, 21 de agosto de 2010
fragmentos 11
domingo, 8 de agosto de 2010
martes, 3 de agosto de 2010
miércoles, 28 de julio de 2010
Oda a las cosas que ocurren pero que uno nunca se da cuenta
La mosca se posó tres veces sobre el azúcar que quedó sin tapa sobre la mesa del comedor, incluso puso un par de huevos y defecó varias veces. Es la misma azúcar que vas a usar para endulzar el café con leche del desayuno de mañana.
La noche del primer martes de este mes tu madre soñó que la abrazabas, le dabas cientos de besos y le decías te-quiero. No te lo contó porque lo olvidó cuando sonó el despertador de su marido (tu papá).
El asteroide se deshizo al chocar contra la atmósfera. Gracias a ella no cayó sobre tu casa.
La señora Gómez odia los gatos. Dice que es alérgica pero no lo es. Los odia y punto. Desde el año pasado que coloca veneno en la comida de gatos que deja en el techo donde solían pasearse. Mató a gran parte de los gatos de sus vecinos. Por eso los ratones corretean libremente por entre las cañerías dentro de las paredes de la casa, ruido que la hace despertarse en medio de la noche, pensando que es su padre muerto quien se está comunicando con ella desde el más allá.
(pensé que te asomarías por mi ventana cuando la abrí hace un rato para ventilar la pieza (estornudé creo que 10 veces en un minuto))
La hija de la vecina que vive a tres casas a la derecha de ésta fecundó su ovocito II del mes de julio con un espermatozoide del hijo de la vecina que vive a cuatro casas a la izquierda de ésta, el domingo pasado cuando los papás no estaban en la casa. Para suerte de ambos, el cigoto no alcanzó a implantarse, por lo que Rodrigo nunca llegó a existir.
El papel que tiraste hoy a la taza del baño, fue suficiente para que en dos días más se tape luego de usarlo y vayas atrasado a clases.
Anoche la araña que vive en un rincón de tu pieza pasó caminando a cuatro centímetros de tu cara justo cuando ibas soñando que te caías de un barranco.
La chica de la universidad que suele toparse contigo en el kiosko a la hora de almuerzo pensó en ti mientras veía un programa sobre ballenas en Discovery Channel.
Una estrella desapareció del universo a las 5 de la tarde de hoy. Nadie en el hemisferio sur lo notó.
Estuve a punto de tener 5 infartos escribiendo esto. Menos mal que no como muchas papas fritas.
viernes, 16 de julio de 2010
fragmentos 8
domingo, 4 de julio de 2010
desistir ni se le ocurra
Todo tranquilo antes del tormento, antes del dilema, del problema con solución efímera.
Todo en paz previo al aluvión de preguntas y de pocas respuestas,
de dar mil trescientas vueltas
hasta que el mareo te dure una semana completa.
en el living de la casa hay una esperanza que te dice que podría salir mejor si se intenta de a poco.
en el comedor está la sinceridad que te dice entre risitas: mijito, no se apure en caer que el piso no se mueve.
y razón que tiene la muy perversa, porque en todas las habitaciones de la casa están los desencantos que te van arrebatando lo poco de constancia que va quedando.
Pero todo va apacible por el momento: los libros de la biblioteca aún no sacuden su polvo ni los platos se trizan contra las baldosas de la cocina por el derrumbe que les espera.
Es difícil predecir cuando vaya a ocurrir, no soy pulpo-oráculo para decirlo. Es algo que corre por dentro quien me lo dice, al mismo tiempo que me susurra en el oído (bien bajito para que nadie más escuche) que aún daque por madesiado garentre, madesiado.
jueves, 1 de julio de 2010
fragmentos 4
sábado, 22 de mayo de 2010
mitad
A lo mejor sí, a lo mejor hoy al despertar abriste tus ojos al punto equidistante entre tu nacimiento y tu muerte: justo la mitad de tu vida.
y, ¿cómo van las cosas que no se dicen?, ¿cómo está la gente que no saludas hace ya un buen tiempo?
¿cómo se siente la espalda sin joroba y la cara sin arrugas, con ojos sanos, ojos claros, sin nubes en cada cosa que se ve?
¿cómo van los días que se dejan pasar y las horas gastadas en algo poco trascendente?
¿cómo es vivir sin que las manos te tiemblen al agarrar un ramo de flores o un lápiz para escribir en una servilleta: estoy vivo?
¿cómo se siente (dime) tener toda la vida entera (o la mitad de ella) por delante para hacer las cosas que todavía te restan por hacer y las cosas que aún te faltan por decir?
(dime)
jueves, 6 de mayo de 2010
domingo, 18 de abril de 2010
por mi río
Por mi río pasa una casa, todas las tardes a las 7, todas las noches a las 2 de la madrugada.
Pasa ligera y sigilosa, con una puerta abierta, con todas las ventanas cerradas.
Y en la casa estamos tú y yo, sentados en el sofá del living:
Tú comiendo helado de frutilla con pimienta,
Yo mirando la pantalla del televisor que está apagada, mientras un pingüino volador se asoma por la ventana.
A veces la casa llega a Luxemburgo, llega a Luxemburgo a veces la casa. Y nos bajamos.
Nos bajamos en busca,
En busca bajamos de cuervos saltando,
O en saltos buscamos cuervos bajando,
Bajando por Luxemburgo, adonde llega la casa. A veces.
Y la casa es nuestra casa, E: tiene nuestras fotos
La casa es chiquita y acogedora. Pero nunca tenemos invitados E.
Porque los invitados no se quieren momo-jar.
Momo-jar porque el río va caudaloso, y en la casa no hay toallas, mucho menos estufa.
Tomas tu café de la mañana en la terraza. yo me acerco de puntitas por detrás y te abrazo.
Otros días llegamos al mar y recolectamos piedras extrañas para hacernos un castillo. Castillos a escala pequeña, de seguro. Un castillo extraño hecho de piedras extrañas, ¿acaso no lo extrañas?
Y hay días E., que vemos que al final del río,
Entre gotas de agua evaporada
Se asoma silenciosa la cascada. Yo río a carcajadas.
Tú no dices nada,
tú me dices: nada,
Pero la casa es firme,
te respondo: tiene alas.
lunes, 8 de febrero de 2010
Au revoir Chile!
La inherencia de las cosas de la casa
La casa se veía mucho más grande mirada desde el piso, sobre la alfombra, con la cabeza hacia el cielo, los brazos extendidos como si estuviese crucificada, con un ojo mirando hacia el techo siguiendo la trayectoria de un bicharraco que entró sin ser invitado a la casa y con el otro mirando hacia el pasado, hacia lo que había sido en un comienzo un buen sueño para perseguir.
Los platos no se veían tan sucios si se les mira de lejos, apoyada contra la puerta que da al patio lleno de cachureos, mordiéndose un labio y rascándose la cabezaydetrásdelaoreja.
La habitación no se veía tan solitaria si se está en un rincón oscuro de ella, observando la cama vacía pero con almohadas, el velador vacío pero con papeles, el piso vacío pero con una alfombra.
“El tiempo pasa más rápido si no se mira el reloj, si el reloj no se mira y se cierran los ojos. El tiempo pasa más rápido cuando no se espera nada, ni se cuentan los días en el calendario al despertarse cada mañana para levantarse e ir a preparar el desayuno.”
“los vasos fueron hechos para ser usados como vasos. se llenan con agua de la llave, luego uno se la toma sin dejar una sola gota y los lava con la esponja”, susurraba, ya en el piso, ya apoyada en la puerta, ya en un rincón oscuro de la habitación o con los ojos cerrados dejando pasar el tiempo. “ no sirven para cortar la carne para el asado familiar o para lavarse los dientes al recién despertarse. No sirven para peinarse, menos aún para hacerlos rebotar en el suelo o para escribir mensajes de amor a la persona que amas pero que no lo sabe. Pero si se los ponen unos sobre los otros, entonces resulta que sirven para edificar torres. Torres que no duran mucho, claro. Que se rompen fácilmente, al más mínimo portazo que pegas cuando llegas a la casa enojado. Pero siguen siendo vasos, ¿cierto? No se les cambia el nombre porque los use para escuchar el mar cuando me los pongo en la oreja y así no escucharte cuando me cuentas lo mal que te fue en el trabajo hoy. Mi nombre será el mismo aunque me vaya a vivir a una isla tropical en medio del Pacífico, del océano Pacífico, lejos de ti y de mí (de los dos al mismo tiempo), de lo que nos hemos convertido a lo largo de todos estos años, alejados del sueño que alguna vez compartimos.
Aquí va la ditamal dadver: la casa seguirá siendo pequeña aunque la mire desde el piso, los platos sucios seguirán estando sucios aunque los mire desde lejos, la habitación seguirá pareciéndome solitaria aunque estés tú durmiendo sobre ella y el tiempo seguirá pasando con lentitud y parsimonia aunque cierre los ojos, deseando con locura que los palillos del reloj se detengan un mísero segundo y comiencen a retroceder pausadamente para vervol a zarcomen (para dejarme respirar)”
domingo, 31 de enero de 2010
Hoy los fantasmas no vendrán. Algo aquí en el planeta me lo dice y yo así lo creo. Hoy no vendrán porque la luna brilla llena en el cielo y cuando brilla llena toman el tren de las una en punto, se ponen sus mejores atuendos y se van al lugar de donde vienen a platicar sobre cosas pasadas. Hoy no molestarán subiendo las escaleras ni haciendo crujir las tablas porque estarán bien lejos. Los fantasmas siempre hacen eso porque no les queda otra. Como que están pero no. Como que se fueron pero todavía no se van.
Los fantasmas no leen los pensamientos, me dije a mí mismo un día. Porque si lo hicieran ya estarían bastante enojados conmigo y me moverían la cama o me tirarían cosas o abrirían las puertas de la casa. O quizá ya lo están pero no me lo dicen para no asustarme.
Hay fantasmas que no están ni muertos: van de un lado a otro dando pasos vacilantes
(perdidos)
se suben al micro y no dan el asiento. se ponen sus audífonos y el mundo ya no existe para ellos, se desaparecen y ni siquiera intentan volver a estar. Se tuercen y siguen dando vueltas. Se miran en el espejo pero no se encuentran, o se encuentran a medias, a medias y tres cuartos.
Yo no quisiera ser un fantasma, fantasma yo no quisiera ser., pero es cierto, es verdad, a veces se me olvida estar, se me va lo de existir y me pierdo. El fantasma que todos llevamos dentro (y en el que algún día nos convertiremos) sale y se toma, así como se lee, se toma mi vivir, como reclamando su derecho de poder estar también y aprovecha de echar una miradita presurosa por el mundo que le tocará recorrer vacilante (perdido), buscando eso que estando vivo no se puede encontrar.
domingo, 24 de enero de 2010
La maleta
No sabía por qué había soñado con levantarse a las 9 de la mañana (en vez de a las 12 como todos los domingos), hasta que llegado el domingo abrió los ojos a las nueve en punto, clavando su mirada en el reloj que le había regalado su abuelo sobre el escritorio lleno de papeles, con una cajetilla de cigarros vacía y un cuaderno a medio abrir con un poema sin terminar.
Tampoco sabía por qué había soñado con levantarse sin vestirse (pues llevaba la ropa de la noche anterior puesta), tomar la maleta que había dejado bajo la cama medio-escondida y luego salir sin más preámbulos de su casa, hasta que esa mañana, dos minutos luego de abrir los ojos se levantó, se miró la ropa y sacó de lo bajo de la cama la misma maleta con la que había soñado.
La toma
se levanta
se va sin más preámbulos de su casa.
Ya caminando por la calle, todo le parecía conocido, como si lo hubiese soñado: el perro de la vecina de enfrente acostado sobre la acera esperando con una sonrisa en el hocico a que atravesara la calle un auto rojo con un conductor sonriente para ladrarle. Y que cuando lo viese pasar lo saludaría con la pata derecha:
pasa un auto rojo con un conductor que sonríe,
le ladra
lo saluda con la pata derecha;
El vecino de dos casas a la izquierda (que siempre se levanta temprano a barrer su jardín como si fuese un deber ciudadano hacerlo), se preparaba con un ritmo constante de barrido que iba a interrumpir para saludarlo con la mano derecha cuando pasara frente a él: pasa, se interrumpe, lo saluda con la mano derecha. Incluso le sonrió, pero no recordaba esa sonrisa.
No le devolvió ni el saludo ni la sonrisa.
No sabía por qué exactamente tenía que tomar el autobús en la esquina en dirección a la plaza de armas, pero cuando ya llevaba tres minutos de pie y afirmado de un pasamanos en el autobús que había tomado en la esquina, no parecía ya interesarle. Ahora pensaba en lo que llevaba en la maleta: no tenía muy claro qué es lo que era, pero sin duda era algo muy importante, algo con lo que había soñado toda su vida llevar(o por lo menos la noche anterior). Algoque soloen sueñosse puederecordar.
No podía decir si hacía frío o calor, pero veía que la luz del sol se metía por las ventanas y proyectaba sombras cada vez que algo se interponía en su camino. Además del leve sonido del motor no se escuchaba ningún otro ruido. Como si más allá de la salida de emergencia los sonidos fuesen absorbidos por un vacío erigido artificialmente por el vehículo. Aún así era placentero, aún así era agradable, como en un sueño.
Miró a su alrededor y vio que en la parte delantera del autobús estaban sentadas mirando hacia él, tal como lo había soñado la noche anterior, las dos mujeres ancianas con una sonrisa en la cara, cada una con una bolsa de supermercado conversando de algo que no alcanzaba a oír. Sabía que lo iban a saludar al mismo tiempo con la mano derecha cuando el autobús doblara a la izquierda, porque así lo había soñado. Tampoco les devolvió el saludo.
Giró su cabeza y dirigió su mirada hacia la parte trasera del autobús. En la última fila de asientos y justo en el asiento de en medio estaba sentado el payaso que sonreía solitario mirándolo a él, igual que en su sueño. Lo miraba fijamente, con un aire medio melancólico en la mirada, como si llevara ganas de charlar un rato con alguien, pero todos le tenían miedo. Levantó la mano derecha para saludarlo, manteniendo la sonrisa en la cara. Mas no lo saludó de vuelta.
Todos parecían estar felices esa mañana; todos parecían tener algo de qué reír ese día; todos menos el hombre con la maleta en la mano y que había tenido un sueño extraño la noche anterior.
Trataba de encontrarle sentido al porqué había soñado con bajarse en la parada de la plaza de armas, hasta que un domingo a las 9.17 de la mañana se bajó con su maleta en la parada de la plaza de armas.
Tal como lo había soñado, la plaza aún no estaba llena de gente, pero sí lo suficientemente concurrida como para lo que iba. Un par de niños jugando por la izquierda, dos viejos apunto de dormirse en una banca, una mujer dándole migas de pan a las palomas, y las palomas juntándose por montones en el centro: todos, absolutamente todos (incluso las palomas) con una sonrisa en la cara. Justo como lo había soñado.
Ahora no sabía por qué soñó con que se sentaría en la segunda banca vacía, contando desde la tercera palmera caminando desde el paradero, hasta que se sentó en la segunda banca que precisamente estaba vacía, contando desde la tercera palmera mientras caminaba desde el paradero. Allí las palomas dieron saltos igual que en su sueño cuando pasó el heladero sonriente con su carrito, tratando de vender helados a los pocos que allí estaban esa extraña mañana de domingo a las 9.19. Cuando pasó frente suyo le quedó mirando con ojos apacibles y le ofreció un helado. El hombre sentado en la segunda banca de la plaza le rechazó el helado con un leve movimiento de mano. El heladero giró su cabeza y se marchó sin decir nada.
Recordaba que en su sueño esperó un minuto para luego levantarse dejando en la banca vacía la maleta con todas las cosas que había soñado su vida completa con hacer (o por lo menos la noche anterior), y dejar que pasara lo que tenía que pasar. Esperó el minuto y el tiempo se detuvo. Todos los allí presentes se dieron media vuelta a mirarlo, con la sonrisa aún pegada en sus caras. El hombre miró a su alrededor, sobrecogido: no recordaba haber soñado con eso. luego bajó la mirada hacia la maleta y resuelto se levantó alejándose de la banca que estaría vacía si no fuera por la maleta que se quedó en aquel lugar abandonada quizá por descuido sobre ella.
Mascó un pedazo de aire y se lo metió en los pulmones, y las partículas de oxígeno hicieron intercambio por otras de dióxido de carbono en sus alvéolos. Y lentamente, sin mediar esfuerzo alguno, la sonrisa se le dibujó en la cara. todos lo seguían mirando, maravillados, con ganas de decirle cosas pero la sonrisa no les dejaba mover la boca.
Se alejó caminando lentamente de vuelta a casa, o al lugar que fuera. Ya todo estaba hecho, ya todo estaba entregado: el sueño se había acabado.
Sobre la banca seguía la maleta, inocente y desolada esperando a que alguien se compadeciera de ella y la recogiese para llevársela a casa.
Hasta que la mujer con una sonrisa en la cara que la noche anterior había soñado con que recogería una maleta sobre una banca a las 9.22 de una extraña mañana de domingo en la plaza de armas, recogió la maleta con los sueños de otro hombre, otro hombre que ya estaba lejos de allí rumbo a cualquier lugar dispuesto a volver a soñar con lo que siempre quiso dejar, y ella ahí con la maleta en la mano (mientras se le borraba suavemente la sonrisa de los labios) soñando con lo que siempre había querido encontrar.
jueves, 7 de enero de 2010
desconocidos y moraenados
(no había nadie)
Estaba solitario: el carnaval ya se había terminado, los invitados habían dejado el anonimato por esa tarde. Sacaronse las máscaras y las guardaron con anhelo esperando el día siguiente para volver a ser desconocidos y agolparse por entre las callecitas estrechas de la ciudad.
Yo quería una máscara, yo quería ser un no-conocido en este mundo de desvaídos, un ninguno para nadie, un recuerdo olvidado que se pierde en la historia y qué importa si a nadie le importa.
Tú me la compraste.
(tú también te compraste una)
Fuimos dos desconocidos, moraenados, caminando por Venecia, llegando tarde al carnaval cuando ya estaban todos en sus hoteles cinco estrellas.
Nadie nos desconoció ese día.