domingo, 18 de septiembre de 2011

:La sequedad de las hojas:

Después de llover salimos a la calle a saltar charcos. Todavía nos caían gotas en el pelo: las nubes avanzan rapidito, cruzando el cielo hacia sectores de bajas presiones: las presiones bajas les dan pena y por eso llueve aquí en San Bernardo. Es por eso y por nada más.

Nos dimos cuenta tarde que las hojas ya no crujen como las de otoños anteriores (menos aún las que se quedan en el agua): Hoja seca que no cruje, no sirve para nada: y nadie hace algo por cambiarlo: todos nos quedamos en casa cuando hace frío: comemos porotos o tejemos bufandas y gorros para guardar un poco el calor que se nos va sin quererlo.

Nadie hace marchas en la Alameda por la sequedad de las hojas y su tendencia anual a ser menos crujientes que antes: pero a ti y a mí (nosotros) nos da pena perder la costumbre ya vieja de pisarlas, de dejar que el crack bajo la zapatilla se lleve consigo los problemas de nuestra relación y no hay crisis existencial que no se supere al realizarlo, haciéndolas desaparecer bajo el pie, a rematarlas después de perder su función de hoja verde en la copa de un árbol. Se desprende ya marchita y gastada, con apenas una pizca de clorofila y se deja llevar por la primera brisa de la mañana, rebotando pausadamente en el aire, como queriendo inmovilizarse, quedarse por siempre en el instante pre-estrellamiento contra el pavimento de la acera. Pero inevitablemente termina en el piso, a la deriva, con el destino de despedazarse tras el camino de la gente al llegar la noche, o caer al charco de agua que no saltamos: que nos quedamos mirando desde arriba: mientras la hoja nos mira desde abajo, susurrándonos sus motivos para estar menos seca que antes, pero tristemente alcanzamos a ver a penas un par de burbujitas flotando a la superficie: y allí se queda entonces sumergida hasta el fondo, sin esperar más nada que el zapatazo en la cara o que las nubes vuelvan por estos lugares a descargar las cosas malas que hay en el cielo.