lunes, 22 de noviembre de 2010

fragmentos 21 (de una estación cualquiera)

se sumó a ojos cerrados al rebaño de personas rumbo a la entrada del metro. no tuvo necesidad de guiar su destino con su mente: era la fuerza del colectivo quien lo llevaba. Era el qué-me-importa-si-a-nadie-le-importa de los fines de semana, el no-es-problema-mío de los que siguen sin voltear, por más grande que sea el alboroto. Se dejó llevar por las ideas de alguien más, por el otro que planeó la acción mala del día mientras se lavaba los dientes la noche anterior luego de la cena.

y en ese recorrido de minuto y medio que separa la superficie del mundo escondido bajo tierra (con sus luces + avisos interminables por parlante) se transformó en menos de la milésima de segundo que duró su preocupación por el mundo al ponerse la corbata en la mañana, en el monigote perfecto de la vida moderna. el títere representativo de lo que somos hoy y mañana al sonar el despertador. y siendo muñeco de trapo y todo se sumergió en el río de individuos con pericia en dar empujones, se colocó tras la línea amarilla que lo separa el vehículo que lo llevaría a su futuro más inmediato.

Y mientras se escucha el carro avisando que va entrando en la estación, piensa por única vez en el día en las cosas que hubiese hecho pero que no hizo (sin lamentar, sin sollozar), porque se promete a sí mismo que mañana sí que las hará, no hay duda.

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