sábado, 14 de marzo de 2009

Porotos

El trabajo de desgranar porotos es una actividad sencilla y placentera, que debería ser masificada por los pubs de Bellavista, para que sea practicada desde las 10 p.m., reemplazando la cerveza y el cigarro. Ayudaría a controlar los vicios, reducir accidentes automovilísticos, evitar rupturas amorosas por infidelidad e incrementaría las habilidades manuales de cualquier índole. En un comienzo parece complicado e incluso tedioso tomar un poroto con cáscara desde la bolsa amarilla, abrirlo de la manera que más a uno le acomode, desnudarlo para que lance sus escondidas municiones dentro de la fuente y luego arrojar sus prendas despojadas a la bolsa blanca de desechos.
Transcurridos 4 minutos 19 de práctica se realiza la desgranada de poroto casi por inercia y ¿a dónde vamos a ir después de la fiesta?, se toma un poroto, a la feria creo yo, a comprar más y más porotos, se desnuda el poroto, sí, es tan sencillo y placentero, se lanza el poroto a la basura y asi hasta que el vicio nos consuma y debamos reemplazarlo por otro. Como pelar papas o planchar la ropa.

miércoles, 4 de marzo de 2009


Dejé por decisión propia, y no por pura casualidad, más de tres cuartos de mi existencia por aquellos lugares, esos donde en cada esquina hay un pedacito de historia para observar (y por qué no, para sacarle fotos también). Dejé mi último plan de vida sobre la torre de Pisa; la pierna izquierda en una calle empinada de Siena. Un ojo al azar en la galería Uffizi de Florencia para mirar alegorías hasta que le salgan cataratas. Dejé 19 latidos de mi corazón en un puente de Venecia y toda la tranquilidad que me quedaba perdiéndose en los laberintos del Giardino Giusti de Verona. De seguro se me quedaron los sueños en alguno de los trenes que tomé para Spoleto, pero no me han hecho falta por estos días. La pierna derecha la dejé en pedacitos por las callecitas de Roma y el ojo no elegido anteriormente ahora está pegado en la cara de una pintura en la Capilla Sixtina, mirando hacia el techo el tiempo que sea necesario para aprender a rezar un padre nuestro y pedirle a Dios por nuestra salvación. Creo que lancé mi suerte a la fuente de Trevi en tres monedas de diez centavos y dejé mis labios pegados a los tuyos acompañándote a cualquier lugar que vayas.
Ahora soy dos brazos, una cabeza y un corazón con casi veinte latidos menos escribiendo frente al computador. El resto se quedó allá, mandándome postales una vez cada media hora para hacerme sentir que una buena parte de mí se quedó allá para siempre para siempre para siempre para siempre para siempre para siempre, parasiempre, para siempre, para siempre, para siempre.

Para siempre.