sábado, 26 de septiembre de 2009

sesión cerrada

Silencio, ausencia y un perro pateando la puerta. Todo ha sido extraño hoy, hoy todo ha sido extraño, ¿o no Isabel? ¿No te parece que el día pasó más rápido y el sol no se demoró tanto como ayer en esconderse detrás de los cerros? Quizá para ti todo va normal, todo va perfecto.

Pero no. No va perfecto. Tú que te sientas frente a la pantalla y te desconectas del mundo y ni el sol, ni los días, ni mi voz diciéndote cosas existen para ti. Tú estás allá, bien lejos de aquí. Y allá todo va perfecto. Todo sigue su ritmo y no desentona. Allá las cosas aparecen con un doble click y desaparecen con el botón derecho o suprimir. Allá te mueves deslizando un dedo y todo luce tan normal. Porque en tus fotos todo se ve normal, todo se ve gracioso (aunque en silencio). Pero acá no es tan así, Isabel. Acá las personas se mueven, se mueven igual que el planeta (Acaso no escuchas al perro, el perro sigue pateando la puerta) (¿no lo oyes?, click ¿no lo escuchas? click click, está pateando, click, está ladrando, click , está llorando, click click, guau guau). Es cierto, es verdad, aunque a ti no te guste y te hagas la indiferente. Las cosas están allá afuera y no allí adentro donde te pierdes ¿es que acaso no me puedes escuchas Isabel? Te estoy hablando, click, te estoy mirando click, te estoy perdiendo, click click. Te veo con las pupilas dilatadas, con los labios cerrados y el rostro iluminado por ese resplandor titubeante. Y lo miras como si te hablara, como si las fotos se movieran y te dijeran cosas importantes pero no, no te dicen nada.

Yo sé que esta noche te irás tarde a la cama. Como anoche y antes de anoche también. Pero te seguiré esperando igual que anoche y antes de anoche también. Te esperaré a que vuelvas de tu viaje de allá donde las personas son cuadraditos, los recuerdos son fotografías, las palabras son toques en el teclado y las caricias movimientos en el mouse.

Te quiero Isabel, y te extraño, donde quiera que andes. Donde quiera que vueles. Donde quiera que hagas doble click. Pero creo que cada noche te siento más ausente, porque cada noche vuelves a la cama más tarde y te duermes de un tirón. Ya ni me abrazas.

Sé que allá los recuerdos se guardan en bytes y en carpetas en un disco duro. Acá no podemos hacer eso. Acá el pasado se va y se pierde lentamente en el tiempo. Quizá por eso te gusta tanto viajar hasta allá. Porque cuando quieres recordar un momento, entonces abres una carpeta y ya está. Pero entonces, ¿Cómo pretendes extrañar a ninguno? Y para olvidarte de alguien solo debes borrar la carpeta donde dice su nombre. Espero que la que dice mi nombre aún esté en tu escritorio. No me olvides, Isabel. No me olvides. Ponme de protector de pantalla y no me olvides… ahí está de nuevo, sigue pateando. ¿No lo oyes verdad? Debes estar bajando tus archivos, debes estar preparando tu presentación con diapositivas para mañana a las cuatro con tus compañeros de trabajo. Debes estar comentando en las fotos de tus amigos sobre lo bien que van las cosas en su mundo. Por eso no lo escuchas. No lo escuches, entonces, no, importa, mucho, es, solo, un, perro. Y no me enojo, Isabel, para nada. Me acuerdo de tus besos y no me enojo. Hago doble click sobre la carpeta de tus abrazos y no me enojo. Actualizo muchas veces la página de tus te-quiero y no, no me enojo. Leo el documento de cuando nos conocimos y con eso basta. ¿Te acuerdas, Isabel? Yo siempre lo hago.

Estábamos tan solos, tan lejos el uno del otro. Pero siempre esperándonos, siempre soñándonos. Hasta que decidiste conectarte a mi vida e iniciamos sesión juntos a esta página web interesante que es nuestra relación.

A veces me pregunto, qué pasaría si un día cuando vuelvas de tu presentación con diapositivas ya no tengas tu cajita y no puedas entonces volar. ¿Qué harás, Isabel? ¿Verás que acá no todo va tan bien? ¿Te darás cuenta que los días pasan más rápido y volverás a la cama más temprano?

Te pregunto eso no de malvado, sólo por curiosidad. Solo para saber lo que piensas y sentirte de alguna manera presente. Porque todo se ve tan solo aquí en la casa cuando vuelas, Isabel. Cuando te domina, cuando te atrapa y te lleva. Intento ayudarte pero es en vano. Veo cómo la luz de la pantalla ilumina ya toda tu cara, ya todo tu cuerpo, ya toda la habitación. Sí, toda la habitación. Es un fulgor encandilante, pero aún así distingo tus labios suaves, y tus ojos suaves, y tus manos suaves también, en medio de todo ese esplendor. Yo te grito. Yo te ladro. Y la cabeza se te mete en la pantalla. Así como suena es la verdad. Se te mete y te lleva como una aspiradora (tú eres la pelusa). Miro cómo tus piernas se meten en la cajita y ni pataleas, Isabel. Estás tranquila, supongo que no te importa.

El perro patea. El perro ladra afuera de la puerta. Pero tú no escuchas, Isabel, porque las puntitas de los deditos de tus piececitos ya se han metido en la pantalla. Yo mismo veo cómo todo eso pasa y la luz se apaga. Entonces, todo oscuro, todo en silencio, ni un ruido, ni el tic-tac del reloj se oye. Y así se queda, Isabel, todo tranquilo.

Ahora ya no estás aquí.

Ahora estás allá.

Ahora estás en la papelera de reciclaje, en una fotografía subida a internet, click, en tus historiales de conversación hasta las tres de la madrugada, click, en todos los lugares menos aquí. Y el perro, Isabel, el perro, ya echó la puerta abajo y se metió en la casa, click. Ya no ladra, Isabel, click, pero creo que te extraña, click click