domingo, 26 de abril de 2009


Me acuerdo que ese día nos costó mil años poder cruzar a la calle de enfrente y ni siquiera estábamos seguros si era la calle correcta para llegar al metro. Llovió mucho y nos pilló de improvisto porque dejamos el paraguas en el Hotel. Nos tuvimos que esconder debajo del techito de un negocio a esperar que pasara un poco, mientras mirábamos la Basílica de San Pedro mojándose con agua. Parecía que todos habían salido preparados porque la mayoría llevaba paraguas y seguían como si nada. Pero como no paraba nunca de llover, seguimos corriendo hasta el Castillo del Ángel si es que estaba abierto. Dimos una gran vuelta por abajo buscando la entrada secreta que relatan los libros, pero todo parecía cerrado. Ese día me quejaba por no haberme puesto zapatillas en vez de botas, porque me mojé hasta las rodillas. El mapa que siempre llevaba en el bolsillo derecho de la chaqueta también se mojaba cada vez que lo sacaba para saber dónde estábamos, y costaba mucho elegir una calle para seguirle, porque en el mapa todo se ve tan fácil porque no lo hicieron un día de lluvia, con muchos autos ni motocicletas. Tirarse a la calle rogando por no ser atropellados fue la mejor opción. No morimos en el intento así que caminamos y caminamos buscando la gran eme blanca con fondo rojo que indica la entrada al metro. Hacía frío, pero esa noche dormimos muy calientitos porque la habitación tenía aire acondicionado.

lunes, 6 de abril de 2009

Al final

Ya se había imaginado como sería, pero el estar ahí en el momento exacto en que sucedía le parecía que era solo producto de su imaginación, como las otras veces cuando lo planeaba.
su corazón se aceleró al doble y tres latidos más, tal como lo había calculado cuando vio a todos fijando sus pupilas hacia arriba.
las manos le sudaban: los pies le temblaban.
escuchaba los gritos como un gran murmullo ensayado con anterioridad, que iba disminuyendo y aumentando la intensidad al unísono.
las cosas a su alrededor volaban.
las cosas a su alrededor caían (y el sonreía).
todo parecía un sueño, donde la gente corría sobre un mismo punto, gritando con la boca cerrada de un lado a otro buscando las soluciones que ayer habían dejado para otro día.
ahora veinte segundos antes del final todo parecía tranquilo.
todos los errores parecían perdonados y todas las promesas parecían cumplidas.
el cielo volaba más allá de donde siempre había estado para plantarse al lugar de donde todo venía.
se preguntaba dónde estaría 13 segundos más adelante, cuando su pies se elevaron del suelo y comenzó a girar suavemente en el aire.
su esencia primitiva se expresaba por primera vez en muchos años y flotaba.
su conciencia alcanzó la plenitud máxima y se arrepintió de haber desperdiciado tanto tiempo buscando una polera que se compró la semana pasada.
las lágrimas le salían exprimidas por los ojos y se elevaban con todo lo que existía en ese momento.
Siete segundos en una noche completa viendo televisión siete días antes.
Seis segundos con las seis colillas de cigarro fumados al día desde los 16 años, que pisaba en el suelo para apagar el fuego.
Cuatro segundos por cada mentira que decía a su madre para salir los viernes en la tarde.
Dos segundos y su primer amor a los quince años dos meses antes de que le rompieran el corazón (en dos).
un segundo de diferencia hay entre un universo y otro.
solo una vida para intentarlo.


tinieblas.

miércoles, 1 de abril de 2009

Lava lozas imperfecto

"Me estoy acostumbrando a lavar los platos", pensó cuando mano izquierda con esponja rebalsada en espuma se introducía lo más posible dentro de un vaso. A penas le llegó hasta los nudillos e intentó restregar la esponja con la punta de los dedos. El agua estaba fría y hasta creo que me gusta el hecho de eliminar microorganimos de la superficie de un plato. Es como una masacre a escalas diminutas. A veces creo que escucho gritar a los bichitos al frotar la esponja, chorreando de espuma, la cual luego se mezcla con agua y desaparece por el desagüe. Le pica la cara por un pelo que se arrancó rebeldemente desde el moño. Se pasó una mano empapada de agua, quix y clorinda, pero el sublevado se negaba tajantemente a volver a su posición original,así que en vez de batallar lo dejó mojadito detrás de la oreja. Ahora era el turno de los cuchillos y los tenedores (ese día no había cucharas para lavar puesto que no preparó sopa). De hecho hace semanas que no preparo sopas. Con lo que me gustan a mí. Pero a ti no te gustan, no hay vuelta que darle. Quizá tu madre no te hacía sopas cuando pequeño porque a tu papá no le gustaban. Ja, es como un círculo vicioso. Por lo tanto al niño no le gustarán las sopas cuando esté casado y su esposa no se tomará la molestia de lavar cucharas, ouch!. El cortecito que se hizo en el dedo pulgar de la mano que antes se había metido sin preguntar dentro de un vaso, la obligó a quejarse y a chupárselo casi por reflejo. Nunca había sentido el sabor a sopa de quix, agua y clorinda en su boca. Eso le causó tal gracias que rió con una risita reprimida para que nadie más la oyera. Un segundo después se dio cuenta que había manchado todo el piso con agua. Después tendría que barrer antes de ordenar los sillones.
Eran las dos de la tarde con 47 minutos según el reloj del comedor, y la mujer que se había cortado un dedo con el cuchillo lavando la loza, se dio cuenta por primera vez en su vida que no era feliz en lo absoluto.

"Mañana prepararé sopa aunque no te guste". Prefiero que la esposa de mi hijo lave cucharas a que se corte los dedos con un cuchillo.