jueves, 21 de diciembre de 2017

Cartas a Horacio VI

Déjame contarte algo. 

Todos los que nacemos en este planeta, crecemos con una anémona interna que va entre las branquias y el tuétano. Los novelinos nos dicen que es porque allí pueden controlar el alma y las mitocondrias.

Nadie sabe con certeza porqué están allí, pero todos debemos librarnos de la anémona en el transcurso de la longevidad. Los más sofisticados dicen que las cargamos por consecuencia de actos pasados, de una vida que no podemos recordar. 

La iniciativa es perder la anémona una vez se es criatura responsable. Los que no pueden zafarse de ella, me han dicho , Horacio, que se la pasan cojonudo y tienen que guardarlos en refugios para discapacitantes. 

Marina 247 me dice que a esos mismos los transforman con iones refractantes en las anémonas de las asistentes grávidas cuando las vacunan.

Yo a decir verdad no me di cuenta cuando perdí la anémona. Situación extraña, muy extraña. 

A veces en las noches escucho el zumbido de una matacuescos en la cabeza, y se me acelera el timo. 

Me parece un terror de aquellos darme cuenta que la anémona todavía esté en mi tuétano, bien pegadita ahí dentro.