domingo, 29 de mayo de 2011

seis segundos


Supe exactamente cómo iba a ocurrir cuando lo vi cruzar desde el paradero a la calle.
Por supuesto que no tocaría con sus lágrimas el duro pesar de un camino a medias, sin salida, como esos callejones que no te llevan a ninguna parte, a parte ninguna. no.
Luego levantaría lo que corresponde a los días que se vienen por poco y el orgullo de lograr algo pequeño, ínfimo diría yo, pero suyo al fin y al cabo.
Por aquéllo, el placer le recorre los poros del dedo meñique de la mano derecha, que es el mismo que ocupa para limpiarse de las orejas las palabras superficiales que le rebotan, cargadas del último cahuín imposible de no contar y de los accidentes del día anterior.
Al llegar a la esquina siguiente tomará el tecito que le gusta, con sabor a todo eso que se espera sin demasiada excitación porque lo más probable es que ni siquiera se asome en tu, en tu, en tu existencia tuya (para que quede bien claro).
Y al saborear la bolsita del té con eso que ya dije (todo esto pasó en los 6 segundos que toma cruzar una calle) de pronto descubre que no hay mejor manera de terminar el día que tranquilo en la cabeza apoyando la almohada, con la certeza de que se obró acorde a lo planeado por uno mismo cuando se asoma al planeta por primera vez según el calendario occidental.