domingo, 31 de enero de 2010

Hoy los fantasmas no vendrán. Algo aquí en el planeta me lo dice y yo así lo creo. Hoy no vendrán porque la luna brilla llena en el cielo y cuando brilla llena toman el tren de las una en punto, se ponen sus mejores atuendos y se van al lugar de donde vienen a platicar sobre cosas pasadas. Hoy no molestarán subiendo las escaleras ni haciendo crujir las tablas porque estarán bien lejos. Los fantasmas siempre hacen eso porque no les queda otra. Como que están pero no. Como que se fueron pero todavía no se van.

Los fantasmas no leen los pensamientos, me dije a mí mismo un día. Porque si lo hicieran ya estarían bastante enojados conmigo y me moverían la cama o me tirarían cosas o abrirían las puertas de la casa. O quizá ya lo están pero no me lo dicen para no asustarme.

Hay fantasmas que no están ni muertos: van de un lado a otro dando pasos vacilantes

(perdidos)

se suben al micro y no dan el asiento. se ponen sus audífonos y el mundo ya no existe para ellos, se desaparecen y ni siquiera intentan volver a estar. Se tuercen y siguen dando vueltas. Se miran en el espejo pero no se encuentran, o se encuentran a medias, a medias y tres cuartos.

Yo no quisiera ser un fantasma, fantasma yo no quisiera ser., pero es cierto, es verdad, a veces se me olvida estar, se me va lo de existir y me pierdo. El fantasma que todos llevamos dentro (y en el que algún día nos convertiremos) sale y se toma, así como se lee, se toma mi vivir, como reclamando su derecho de poder estar también y aprovecha de echar una miradita presurosa por el mundo que le tocará recorrer vacilante (perdido), buscando eso que estando vivo no se puede encontrar.

domingo, 24 de enero de 2010

La maleta

No sabía por qué había soñado con levantarse a las 9 de la mañana (en vez de a las 12 como todos los domingos), hasta que llegado el domingo abrió los ojos a las nueve en punto, clavando su mirada en el reloj que le había regalado su abuelo sobre el escritorio lleno de papeles, con una cajetilla de cigarros vacía y un cuaderno a medio abrir con un poema sin terminar.

Tampoco sabía por qué había soñado con levantarse sin vestirse (pues llevaba la ropa de la noche anterior puesta), tomar la maleta que había dejado bajo la cama medio-escondida y luego salir sin más preámbulos de su casa, hasta que esa mañana, dos minutos luego de abrir los ojos se levantó, se miró la ropa y sacó de lo bajo de la cama la misma maleta con la que había soñado.

La toma

se levanta

se va sin más preámbulos de su casa.

Ya caminando por la calle, todo le parecía conocido, como si lo hubiese soñado: el perro de la vecina de enfrente acostado sobre la acera esperando con una sonrisa en el hocico a que atravesara la calle un auto rojo con un conductor sonriente para ladrarle. Y que cuando lo viese pasar lo saludaría con la pata derecha:

pasa un auto rojo con un conductor que sonríe,

le ladra

lo saluda con la pata derecha;

El vecino de dos casas a la izquierda (que siempre se levanta temprano a barrer su jardín como si fuese un deber ciudadano hacerlo), se preparaba con un ritmo constante de barrido que iba a interrumpir para saludarlo con la mano derecha cuando pasara frente a él: pasa, se interrumpe, lo saluda con la mano derecha. Incluso le sonrió, pero no recordaba esa sonrisa.

No le devolvió ni el saludo ni la sonrisa.

No sabía por qué exactamente tenía que tomar el autobús en la esquina en dirección a la plaza de armas, pero cuando ya llevaba tres minutos de pie y afirmado de un pasamanos en el autobús que había tomado en la esquina, no parecía ya interesarle. Ahora pensaba en lo que llevaba en la maleta: no tenía muy claro qué es lo que era, pero sin duda era algo muy importante, algo con lo que había soñado toda su vida llevar(o por lo menos la noche anterior). Algoque soloen sueñosse puederecordar.

No podía decir si hacía frío o calor, pero veía que la luz del sol se metía por las ventanas y proyectaba sombras cada vez que algo se interponía en su camino. Además del leve sonido del motor no se escuchaba ningún otro ruido. Como si más allá de la salida de emergencia los sonidos fuesen absorbidos por un vacío erigido artificialmente por el vehículo. Aún así era placentero, aún así era agradable, como en un sueño.

Miró a su alrededor y vio que en la parte delantera del autobús estaban sentadas mirando hacia él, tal como lo había soñado la noche anterior, las dos mujeres ancianas con una sonrisa en la cara, cada una con una bolsa de supermercado conversando de algo que no alcanzaba a oír. Sabía que lo iban a saludar al mismo tiempo con la mano derecha cuando el autobús doblara a la izquierda, porque así lo había soñado. Tampoco les devolvió el saludo.

Giró su cabeza y dirigió su mirada hacia la parte trasera del autobús. En la última fila de asientos y justo en el asiento de en medio estaba sentado el payaso que sonreía solitario mirándolo a él, igual que en su sueño. Lo miraba fijamente, con un aire medio melancólico en la mirada, como si llevara ganas de charlar un rato con alguien, pero todos le tenían miedo. Levantó la mano derecha para saludarlo, manteniendo la sonrisa en la cara. Mas no lo saludó de vuelta.

Todos parecían estar felices esa mañana; todos parecían tener algo de qué reír ese día; todos menos el hombre con la maleta en la mano y que había tenido un sueño extraño la noche anterior.

Trataba de encontrarle sentido al porqué había soñado con bajarse en la parada de la plaza de armas, hasta que un domingo a las 9.17 de la mañana se bajó con su maleta en la parada de la plaza de armas.

Tal como lo había soñado, la plaza aún no estaba llena de gente, pero sí lo suficientemente concurrida como para lo que iba. Un par de niños jugando por la izquierda, dos viejos apunto de dormirse en una banca, una mujer dándole migas de pan a las palomas, y las palomas juntándose por montones en el centro: todos, absolutamente todos (incluso las palomas) con una sonrisa en la cara. Justo como lo había soñado.

Ahora no sabía por qué soñó con que se sentaría en la segunda banca vacía, contando desde la tercera palmera caminando desde el paradero, hasta que se sentó en la segunda banca que precisamente estaba vacía, contando desde la tercera palmera mientras caminaba desde el paradero. Allí las palomas dieron saltos igual que en su sueño cuando pasó el heladero sonriente con su carrito, tratando de vender helados a los pocos que allí estaban esa extraña mañana de domingo a las 9.19. Cuando pasó frente suyo le quedó mirando con ojos apacibles y le ofreció un helado. El hombre sentado en la segunda banca de la plaza le rechazó el helado con un leve movimiento de mano. El heladero giró su cabeza y se marchó sin decir nada.

Recordaba que en su sueño esperó un minuto para luego levantarse dejando en la banca vacía la maleta con todas las cosas que había soñado su vida completa con hacer (o por lo menos la noche anterior), y dejar que pasara lo que tenía que pasar. Esperó el minuto y el tiempo se detuvo. Todos los allí presentes se dieron media vuelta a mirarlo, con la sonrisa aún pegada en sus caras. El hombre miró a su alrededor, sobrecogido: no recordaba haber soñado con eso. luego bajó la mirada hacia la maleta y resuelto se levantó alejándose de la banca que estaría vacía si no fuera por la maleta que se quedó en aquel lugar abandonada quizá por descuido sobre ella.

Mascó un pedazo de aire y se lo metió en los pulmones, y las partículas de oxígeno hicieron intercambio por otras de dióxido de carbono en sus alvéolos. Y lentamente, sin mediar esfuerzo alguno, la sonrisa se le dibujó en la cara. todos lo seguían mirando, maravillados, con ganas de decirle cosas pero la sonrisa no les dejaba mover la boca.

Se alejó caminando lentamente de vuelta a casa, o al lugar que fuera. Ya todo estaba hecho, ya todo estaba entregado: el sueño se había acabado.

Sobre la banca seguía la maleta, inocente y desolada esperando a que alguien se compadeciera de ella y la recogiese para llevársela a casa.

Hasta que la mujer con una sonrisa en la cara que la noche anterior había soñado con que recogería una maleta sobre una banca a las 9.22 de una extraña mañana de domingo en la plaza de armas, recogió la maleta con los sueños de otro hombre, otro hombre que ya estaba lejos de allí rumbo a cualquier lugar dispuesto a volver a soñar con lo que siempre quiso dejar, y ella ahí con la maleta en la mano (mientras se le borraba suavemente la sonrisa de los labios) soñando con lo que siempre había querido encontrar.

jueves, 7 de enero de 2010

desconocidos y moraenados

Había un carrusel con las luces encendidas y los caballitos aún girando de arriba a abajo en un costado abandonado de la plaza.

(no había nadie)

Estaba solitario: el carnaval ya se había terminado, los invitados habían dejado el anonimato por esa tarde. Sacaronse las máscaras y las guardaron con anhelo esperando el día siguiente para volver a ser desconocidos y agolparse por entre las callecitas estrechas de la ciudad.

Yo quería una máscara, yo quería ser un no-conocido en este mundo de desvaídos, un ninguno para nadie, un recuerdo olvidado que se pierde en la historia y qué importa si a nadie le importa.

Tú me la compraste.

(tú también te compraste una)

Fuimos dos desconocidos, moraenados, caminando por Venecia, llegando tarde al carnaval cuando ya estaban todos en sus hoteles cinco estrellas.

Nadie nos desconoció ese día.