domingo, 31 de enero de 2010

Hoy los fantasmas no vendrán. Algo aquí en el planeta me lo dice y yo así lo creo. Hoy no vendrán porque la luna brilla llena en el cielo y cuando brilla llena toman el tren de las una en punto, se ponen sus mejores atuendos y se van al lugar de donde vienen a platicar sobre cosas pasadas. Hoy no molestarán subiendo las escaleras ni haciendo crujir las tablas porque estarán bien lejos. Los fantasmas siempre hacen eso porque no les queda otra. Como que están pero no. Como que se fueron pero todavía no se van.

Los fantasmas no leen los pensamientos, me dije a mí mismo un día. Porque si lo hicieran ya estarían bastante enojados conmigo y me moverían la cama o me tirarían cosas o abrirían las puertas de la casa. O quizá ya lo están pero no me lo dicen para no asustarme.

Hay fantasmas que no están ni muertos: van de un lado a otro dando pasos vacilantes

(perdidos)

se suben al micro y no dan el asiento. se ponen sus audífonos y el mundo ya no existe para ellos, se desaparecen y ni siquiera intentan volver a estar. Se tuercen y siguen dando vueltas. Se miran en el espejo pero no se encuentran, o se encuentran a medias, a medias y tres cuartos.

Yo no quisiera ser un fantasma, fantasma yo no quisiera ser., pero es cierto, es verdad, a veces se me olvida estar, se me va lo de existir y me pierdo. El fantasma que todos llevamos dentro (y en el que algún día nos convertiremos) sale y se toma, así como se lee, se toma mi vivir, como reclamando su derecho de poder estar también y aprovecha de echar una miradita presurosa por el mundo que le tocará recorrer vacilante (perdido), buscando eso que estando vivo no se puede encontrar.

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