sábado, 30 de diciembre de 2023

De cosas extrañas y trenes.

No sé si tardé 10 años o 10 siglos en darme cuenta que volver a subirme a un tren en Estación Central era sumergirse en un agujero de gusano. La alusión al tiempo que acabo de hacer no obedece a un error conceptual, mucho menos a una metáfora, sino a pura cuestión física o de relatividad o relaciones cuánticas. Lo interesante es que tampoco muchos lo saben, probablemente los operadores del ferrocarril estén enterados, poco factible que sí estén al tanto las autoridades cuando inauguran una nueva estación de metro en el sur de Santiago. Quizá lo sepa un antiguo recolector de boletos que lamentosamente perdió su trabajo cuando se modernizó la venta de pasajes y ya en el olvido quedaron los recibos en papel. Ahora basta con una tarjeta o incluso el teléfono para validar tu pasaje. Es probable que también lo sepa el bebé de la señora quien alguna vez fue una adolescente subiéndose en Pedro Aguirre Cerda, pero que ahora es una emprendedora que compra sus productos en barrio Meiggs, los revende a un valor conveniente y le ha servido de inversión para mantenerse como madre soltera de 3 críos, sin mucho apoyo del padre que es más bien un caso perdido. 


Y es que el tiempo-espacio se traslapa entrando en la estación misma, incluso la luz del sol transmuta proyectándose desde las pequeñas aberturas del alto techo de la estación. Con su amarillento sepia nos transporta nuevamente hacia un pasado extrañado, cuando los sueños eran aún anhelos por cumplir y la vida tenía muchos proyectos por alcanzarse. No se sabe con exactitud cuando comienza el viaje temporo-espacial, en qué momento se empiezan a plegar las dimensiones. Ocurre tal vez mirando de soslayo las vías del tren o al momento de estar sentado observando de espaldas en el tercer asiento del segundo vagón del tren de las 13:30 dirección Nos (o más bien apoyado en la ventana de la puerta mirando hacia el oriente escuchando en tus audífonos las canciones que se oían en el pasado, en el mismo tren, misma dirección). Quizá es una combinación de todas estas cosas, sumado al hecho de haberse peinado ese día la chasquilla hacia la derecha, que el eje de la Tierra se hubiera movido 0,5 grados más este equinoccio y que el dólar ha permanecido sobre 900 pesos por tercera semana consecutiva. Será un desafío para los científicos del futuro descubrirlo, pero de igual forma en que se gesta, sucede que la variación en esta dimensión es tan sutil de percibir que si uno no está atento y se queda mucho tiempo mirando el teléfono podría no darse cuenta de los pequeños detalles que hacen confirmar que hubo un salto efectivo en el tiempo: la cordillera se ve aún nevada a pesar de estar en octubre, se sube una persona en Estación Central que se baja contigo en Maestranza, los techos de las casas en Lo Espejo no han cambiado nada y el Hospital Parroquial  se asoma imponente con su capilla del Sagrado Corazón al ingresar a San Bernardo.


De algún modo secreto se tropiezan todos estos acontecimientos y sabes que algo dentro tuyo va retrocediendo a esos lugares, a esos pasajes, a esas personitas, aunque por fuera sigas proyectando la imagen del adulto presente en que te has convertido. Y la familia parece darse cuenta, que aún está ese niñito metido dentro de ti, pero lo dudas un poco al ver a la sobrinas creciendo de a poco, al ver a la que era más pequeña bailando su baile típico para las fiestas patrias en el colegio y resulta que ya no va en prekinder, sino que pasó a séptimo básico. Notas que las vecinas de toda la vida se sorprenden al verte también a ti de vuelta por estas calles, dirán que quizá no has cambiado nada cuando sabes que por dentro has vencido mil batallas. La señora de enfrente que atendía con dudosa cordialidad su almacén está casi postrada y tristemente otro vecino de tu misma edad falleció este año por un accidente de tránsito dejando a un par de hijas con un recuerdo trizado para toda la vida. El viejo pascuero sigue pasando todas las navidades por las calles asfaltadas llenas de baches que la municipalidad se rinde a volver a restaurar. El sabor de la comida de mamá sigue igual, deseas que nunca desaparezca esa certeza de poder disfrutar de un plato de arroz con jurel tipo salmón o de tallarines con huevo, raspando la olla con una cuchara de palo. Y aparece de pronto una nueva sobrina que ahora ya está caminando y ves a todas las chiquillas aprendiendo cosas nuevas, imaginando que ellas más adelante también encontrarán esos portales para poder devolverse en el tiempo. Luego del almuerzo, subes a la que alguna vez fue la habitación que albergó tus sueños, tus locuras y tus anhelos. Corres la cortina y observas como la villa se ha llenado de casas, muchas ampliadas en un segundo piso. Te sientas en la cama y observas cómo el polvo llena los discos de música que formaban parte de la fiesta imaginaria que tenías en las noches con los audífonos puestos a todo volumen en tu radio favorita. La misma luz que entra tímidamente por la cortina que dejaste entreabierta hace nuevamente doblegar las dimensiones. El Pedrito pequeño se sienta al lado tuyo en la cama, un tanto temeroso como siempre lo fue. Le coges la mano tranquilo, quieres decirle algo, tienes ahora la seguridad de plasmar palabras de forma clara y concisa, demostrando con certeza y sin titubeos lo que llevas dentro. Pero prefieres guardarte las palabras. Se quedan ambos en silencio en aquella antigua habitación, tomados serenamente de la mano.


Todo esto ocurre en una tarde cálida de primavera. Cuando emprendes el camino a tu casa de nuevo en tren, vives en reversa todo los segundos de este viaje en el tiempo. Se van entremezclando las realidades que estaban abiertas de par en par y se van transformando en un cubo, luego en un cuadrado, luego en punto nuevamente. Entonces el que se baja en la estación terminal ya no eres tú el de ahora, es el de antes y el de ahora al mismo tiempo, creyendo que lo que ha ocurrido fue producto de un pequeño sueño de trenes y cosas extrañas que tuviste en dos minutos cuando te dormiste con la cabeza apoyada sobre la ventanilla. Pero más increíble es saber que también el que se baja eres el tú del futuro, el que vuelve desde ese otro universo habiendo ya vivido las vidas que imaginabas en la adolescencia y esperas no arrepentirte de tantas cosas, no lamentarte por no haber tomado suficientes trenes en la vida.

jueves, 7 de diciembre de 2023

La niebla



 


Corrí camino abajo adentrándome en la niebla. La luz plateada de la luna llena iluminaba tenue las copas de los árboles apenas distinguibles entre la espesa bruma.


Tú bien sabes el miedo que le tengo a la oscuridad, que siempre necesito de una mano que coger, una luz en el camino que me guíe.


Pero ahora corro con los pies descalzos, dejando la cabaña con sus fantasmas, sin mirar atrás para que no pudieran alcanzarme.


En mi cabeza se repiten las palabras que algún día dijiste: “por siempre a tu lado”.

Mas son varios los años de tu ausencia que lo empapa todo con un velo de tristeza. Tu fotografía color sepia se posa ya borrosa sobre el velador en mi lado de la cama.


Cuántos años compartimos en esta casa que fue testigo de nuestros secretos, nuestro escondite de este mundo ingrato, de sus garras afiladas y miradas perniciosas. Nuestro lugar donde yo era princesa y tú la reina, llenando de luz los días de antaño, de la mañana hasta la noche y hasta la mañana nuevamente, enredadas entre las sábanas agitadas, con nuestros cabellos enmarañados y nuestros labios violáceos. 


Ya no se escucha el eco alegre de tu risa después de cada cena, las copas de vino se han secado dejando una mácula carmesí sobre el mantel. 


Y hoy después de una vida de lamentos corro ahora al fin sin ataduras, con el pelo suelto y el vestido desarreglado. 

No me pesan los años. 

No me pesan las amarguras. 

Ni los espinos me dejan cicatrices en las piernas al tropezarme con ellos en el apuro.


La niebla lo oscurece y confunde todo. Con esfuerzo distingo los faroles del camino que demarcan el puente que alguna vez atravesábamos a diario. 


No veo más allá de donde se extienden mis manos, adivino a tientas que ya estoy donde antes corría el río, intuyo el sonido del agua que alguna vez fluyó vertiginosa regando las siembras en primavera.


Y sí, de veras creí verte de pie en la otra orilla, con la mirada taciturna y pelo descuidado como de costumbre, pero no supe si era la niebla o más bien era el efecto del vino obnubilándome la vista.


Y sí, de veras creí escuchar el gorgoteo del agua que hace décadas se tragó el suelo agrietado, pero al tropezar y caer impávida en el gélido caudal y ahogarme en la corriente imaginaria, yo no sentía agua torrentosa atravesándome, solo era niebla lo que mis ojos veían saliendo de mis narices, asfixiando mis pulmones, envolviendo mi cuerpo en tinieblas de olvido.