viernes, 7 de diciembre de 2018

Cartas a Horacio XX

Anunciaron en los telegramáticos que nos quedan pocos siglos de traslación. Algunos reclaman que es más desvaríos que otra cosa, un sucedáneo de renovación.

En mi cápsula, con mis teleféricos puestos, en búsqueda de colmar el tiempo, maldito tiempo que nos corroe, me desencanto de aquellas portadas. Cerrando los párpados, noto cómo voy cambiando desde la larva que fui. Ya sabes que las constelaciones siguen allí, inmutables, perpetuas.

Y somos los de acá en este exoplaneta los que desaparecemos, siglo tras siglo, milenios tras milenio. 

Cansado de esos subterfugios, tomé mis chapitas y decidí ir a sumergirme en las aguas de un océano moribundo, de los que los científicos nos dicen que es donde surgió nuestra misericordia. 

En aquella playa desierta, bajo el destello de mil galaxias, me acerqué a la orilla , poco a poco comenzando a adentrarme en la inmensidad. Entendiendo que los viajes entre vidas pasadas y futuras es parte de mis tripas en la carcaza, sintiendo como cientos de cianobacterias me hacían cosquillas en los tentáculos. 

Cerré los ojos, lágrimas de potasio asomaron entre los párpados, glándulas primitivas que no se activaban en mí desde la primogénita. Sentí extrañamente que sí, que la anémona seguía creciendo dentro mío y me llevaba a la conclusión más frágil : tengo que  despedazarte Horacio, tengo que abatirme de tus señales perdidas.


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