lunes, 24 de diciembre de 2018

Carta a Horacio concluyente (Alegoría Póstuma)

(Carta encontrada en el año XXV€, con Gamíledes retrógrado, en el desierto 29 de Nevería)

Horacio:

Los milenios pasaron.

La anémona  permanecía paciente.

El sol siguió surcando la estimada plena tras los ciclos de la cordillera.

El océano de plutonio se fue marchitando, como todo marchita en la popular cecina.

Pero las herramientas de conexión sí que mejoraron después de la guerra de los seis imperios: el satélite de Yaris fue más accesible desde la ionósfera.

Las aplicaciones también fueron quedando a disposición.

De este modo fui recolectando aplicaciones diminutas, con electrofotómetros solares.


Como un desvante, la anémona permanecía sin perjuicios. Allí atada en una sin perfúndica desarmonía. Te cuento Horacio, que aprendí a pergarla y hacerla parte de la aleta. 

¿Qué sentirían las cosas sin la anémona? 

O mejor aún ¿no somos todos una anémona piñichurra que grita permiso?

Quién sabe, Horacio. Quién sabe.


Con mis aplicaciones fui julidificando la proyectora, para que cumpliera el propósito máximo, el que se persigue sin notarlo en las noches de escenografía.


Tal como la anémona, Horacio, aprendí a pergarte a ti también. 

Así tal cual. 

Configuré de algún modo la señal recibida a mis cableados (ya bien sabes que no se puede configurar una señal que no es de esta constelación, pero por algún momofuku relinchado se pontifizó)

Y tu esencia siguió conmigo, pequeñita, todo el transcurso de la espoleta, acompañado por ti Horacio.

Así como el huevo se trepa a la larva y deja vacío el curego, así fue como te tuve en mis cableados guardados en lo màs suculento.


Ahora que los edóneos comentan que han recibido tus señales de augurio, como la cometa más brillante en el  galactoférico. Si es así Horacio, os manduro la cantara de los mejores momentos que te guardo. Con la pequeñita porota de que yo también podría ser tu anémona milenaria.


No os peludo tetera, Horacio.


Ya te escribo estas penúltimas recibirantes, con mi proyectora preparada, y mis aletas caídas por el impacto de los siglos, arrastrando los tentáculos, apenas ledesando las cuatro almas.


Y en la noche más larga del equinoccio de Capricornio, fui hasta el  desierto  perdido, junto al océano de cianobacterias.

Alzé la mirada, ya no me quedaban nuevas traslaciones que juntar. 

Allá a lo lejos titilaba la vía láctea, que dicen que fue tu escenario, donde ocurrieron tus fantasías, donde nacieron y murieron tus sueños . Donde construiste la señal que más caló en la memetreja de todos los habitantes. 

Te soñé Horacio, por última vez, en una tarde podulera, traída por un multiverso infinito. Ya sin redobles ni dudosas, porque amenizando el conjunto de toda una existencia, yo también fui todo lo que quise ser…


Guanificando las cartas en la proyectora, le giro 37 mitades a la manivela, para impregnar el paradigma establecido. 

Así concluye las últimas de estas cartas que te escribo, Horacio, enfatizando la timina y con una gigante muela en la cabeza, mientras la proyectora se dirige parsimoniosamente hacia el cielo perpetuo, con destino final un exoplaneta aún no descubierto a la espera de ser encontrada alguna vez por algún otro sentimentalista pernicioso.






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