miércoles, 20 de agosto de 2008

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Para tirar un papel a la basura no basta más que tomarlo, alzarlo y luego abrir la mano sobre la canasta para que se coma el papelito (si quiere lo recicla, si quiere lo recoje y lo usa de cucurucho, si quiere lo deja para que se lo lleven los que se llevan la basura (llevadores de basura)). Sin embargo, para olvidar se necesita más que dejar de pensar en lo que quiere ser olvidado, tomándolo, alzándolo y abriendo tu mente de par en par para que se pierda en algún recoveco escondido de tu memoria, entre el debo-cortarme-las-uñas-de-los-pies-por-lo-menos-una-vez-al-mes y el tengo-que-pedir-que-me-compren-una-calculadora.
Comenzar es mucho más fácil que ponerle fin a las cosas y decir adiós. Olvidar es mucho más difícil que recordar algo antes de que se te mezcle entre la gente que vas mirando de reojo mientras caminas. Lo olvidable se queda pegado en esa papelera de reciclaje que por más que apliques botón derecho y vaciar, no se va y se queda ahí para darte vueltas en la cabeza mientras tratas de recordar porque se tenía que olvidar.

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