lunes, 27 de julio de 2009

sentiiir que es un soplo la vida que veinte años no es nada (ocho)

Puedo verlo ahí, frente al espejo, afeitándose de la misma manera de años atrás, mientras ella estaba en el living escuchando canciones de tango, o tejiendo chalecos para sus nietos, o, más bien, seguía durmiendo su siesta de cuatro a cinco.
Pero hoy era diferente: la navaja ya no se deslizaba del mismo modo sobre sus mejillas ni la espuma se esparcía de manera graciosa sobre su cara. La diferencia era que hoy ella no estaba en la otra habitación tarareando a Carlos Gardel, ni tenía palillos en sus manos. Menos aún durmiendo en la cama que hace ya meses había sido sacada de su lugar porque no valía la pena tenerla ahí sin que nadie la ocupara. Y él sabe muy bien que por más que la busque en todos los rincones de la casa no la va a encontrar, pues él mismo fue el que más sintió el dolor de despedirla.
Y ahí sigue viviendo cada día igual que el anterior, puesto que su corazón sigue latiendo, sus pulmones siguen respirando y sus pies aún le permiten caminar para ir a comprar el pan de las seis.


p.t y m.z