lunes, 10 de noviembre de 2025

Un pajarito solitario

Me superpongo en esta realidad que da vueltas como la luz estroboscópica de una discoteca de los años 90. Otra vez ir y volver entre multiversos, tratando de mantenerse erguido para no desintegrarse ante la solidificación de esta extraña vida moderna. 


Y estoy frente a la vereda de lo que alguna vez fue un hogar, un tercer piso en calle Huelén en un día de invierno caluroso, pronóstico de un verano que será insosteniblemente abrasador. Escucho el aleteo de los pajaritos sobre las ramas de los árboles, que sacuden las hojas secas, soltándolas y dejándolas caer en la vereda chueca por las raíces del mismo árbol. Y esos pajaritos son los bisnietos de los que presenciaron aquella vida en retrospectiva. La vida de dos jóvenes que en aquel entonces tenían el sueño de un por siempre jamás el uno al lado del otro. Ahora soy ese pajarito de ayer y de hoy, mirando de lado y con movimientos rápidos, esperando ver a esos jóvenes llegar desde Eliodoro, sacar las llaves del departamento y hacer sonar el llavero, abrir la pesada puerta de fierro y empujarla para adentrarse en un pasillo antiguo, frío y tenebroso. La puerta se cerraría con un golpe seco pero tiritón haciendo retumbar el gélido metal duro. 


Pero me quedo esperando como pajarito toda la mañana y toda la tarde y no llega nadie. 


Las hojas se van secando, 

las hojas se van cayendo, 

las hojas se van aplastando. 


Hasta que aparece uno de los chicos, pero viene solo caminando desde Providencia. Se sienta en una banca vacía y se queda mirando la terraza del departamento, como recordando algo de vidas pasadas, un canto bajito llegando de tierras remotas, el aroma de una quesadilla en el desayuno, el ir y venir de una habitación a otra, el deseo de un futuro pleno y acompañado. Tal vez todo eso o tal vez nada al mismo tiempo. Quién sabe que estará pensando, quién sabe de dónde vendrá, pero se le ve tranquilo, con los ojos tiernos y con un esbozo de sonrisa en los labios. Algo va renaciendo en esa nueva soledad en que se ha transformado todo. 


martes, 14 de octubre de 2025

El Wayna Picchu interno

Yo no sabía que todos teníamos un Wayna Picchu adentro desde que nacemos. No tenía ni idea. Tuve que recorrer kilómetros para entenderlo y fraccionar el destino de mi vida en dos senderos: lo que fue de esas vidas pasadas y lo que será de ahora en delante el rumbo de un sueño apropiado. 


Y el sentido de llevar esta montaña dentro no es tan solo apreciarla desde lejos y tomarte millones de selfies para subirlas a tus redes sociales. No, la montaña fue hecha para ser escalada. El problema es decidir cuándo atreverse, cuándo dejar atrás las ataduras que te anclan a tu silla sin dejarte posibilidad de actuar, sin poder decir algo porque podría incomodar al resto, levantar una mano o girar apenas la cabeza. Porque has aprendido que siempre vivirá dentro tuyo esa vocecilla que te dice que no eres lo suficiente bueno, que no serás capaz de lograr dar un paso sin tambalearte y caer en un abismo sin fin, mientras procrastinas cada tarea para dejar que el tiempo se vaya más rápido. O que no podrás solo con todo eso que te estás llevando a cuestas, que la mochila y los bototos de trekking son demasiado pesados para que tú seas capaz de atravesar esta montaña y alcanzar su cima. Así que la mayor parte del tiempo le hiciste caso a ese murmullo interno, quedándote quieto en tu asiento y limitándote a ver las historias de otras personas que se aventuraban dejándolo todo atrás, preguntándote cómo sería dar el salto a ciegas hacia la montaña mientras programabas cada día tu alarma para levantarte a la misma exacta hora cada día, de cada semana, de cada mes, de cada año, de cada vida.


Y ahora sin lograr reconocerte a ti mismo todavía , te desconcierta verte sobre lo más alto del Wayna Picchu interno, mirando desde arriba todo lo que has logrado, el camino que has recorrido dejando en el rumbo litros de sudor y lágrimas, escalando las rocas frías y resbaladizas, con el precipicio a un lado siempre acechándote y llamándote a mirar hacia abajo, para dar un paso en falso y tambalearse. Pero a pesar de todo eso, por más difícil y duro que fuese el camino, por mucho que faltara el oxígeno en tus pulmones apunados, fuiste capaz de arrancarte de aquellas cadenas y romperlas, venciendo el más terrible de los miedos para seguir tu propio sendero hasta esa montaña. Ya no sientes el terror de antaño, solo una gran calma y serenidad por haberte atrevido y no quedarte quieto en tu silla mordiéndote como siempre las uñas.


Tomas un video con tu teléfono para guardar un recuerdo de aquel momento como queriendo atrapar el sentimiento y no dejarlo ir [y volver a ver esos vídeos en las noches oscuras en las que dudes de si todo aquello fue real o inventado por una inteligencia artificial]. En lo alto de la cima, ves a lo lejos sentado en una piedra al inicio del sendero al antiguo Pedro que se quedó allí petrificado y enraizando una vida que no le pertencía, que se quedó con la pregunta sin respuesta. Levantas un brazo y lo bates de un lado a otro en el aire saludándole, esperando que ojalá te vea, alentándolo a que no se rinda y que se atreva, porque sí podrá lograrlo, pero no estás seguro si te vio realmente. Coges aire nuevamente y suspiras, te pones tu mochila y te preparas a emprender el camino cuesta abajo.




Machu Picchu, julio 2025


martes, 7 de octubre de 2025

hay viajes

 


Hay viajes hacia el interior que te llevan a infinitas partes.

Hay viajes que no te llevan a ningún sitio, aunque te empeñes en recorrer el mundo entero volando en primera clase. 

Y de pronto te das cuenta que ya eres adulto y los años van pasando. Ahora vas en un tren camino a donde la vida te ha estado llevando desde hace algún tiempo. Ves los paisajes por la ventana y de pronto te topas con tu reflejo cuando la luz del sol pega en el ángulo correcto. 

¿Cómo es eso de encontrarse a uno mismo? Si cada mañana me miro al espejo, me como el yogurt con avena, granola y un plátano, voy a la oficina, me observo en la cámara de la videollamada, paseo al perrito, me afeito en las noches, me tomo selfies con el teléfono. ¿Acaso no estoy conmigo mismo en cada momento?

Pero qué es eso de estar sin estar del todo, estar a tres cuartos, parcialmente siendo una porción pequeña de la identidad que te corresponde. Quizá por eso te alejas, quizá por eso vas viajando. No por querer encontrarte, sino más bien para escaparte de ti mismo, de tus ataduras enmarañadas, de tus batallas inconclusas que llevas lidiando por más de seis siglos.


Y en este viaje ves nuevamente a los fantasmas de siempre persiguiéndote por las vías del tren, jugando a saltar de un lado a otro sin perder el equilibrio. Están sobre las montañas esquiando y también dándose zambullidas en las gélidas aguas de los ríos precordilleranos. Son tres o bien cinco o tal vez treinta seis mil. Tienes el temor de que el tren se detenga a mitad de camino y que se suban al vagón disfrazados de turistas franceses, gritones como ningún otro, se sienten frente a ti y te miren fijamente haciendo morisquetas cuando la asistente del tren se gire a servir café a los brasileños del asiento de al lado. Y qué tal si ya van arriba del tren, quizá venían con los pasajeros que se subieron en Ollantaytambo. Pero de alguna forma lograrías distraerlos, fingiendo que vas al baño. Y cuando el tren baje la marcha pegarías un salto hacia afuera,  golpeándote duro contra las rocas, rodando entre la tierra y quedando maltrecho ante la mirada atónita de las amables asistentes. Te echarías a correr por el bosque dejando atrás a todos los pasajeros que se quedarían  pegados en la ventana observando tu fuga, y entre ellos también los fantasmas que asomarían  una mueca de risa en sus labios, como diciendo: no podrás arrancarte del todo, perrita, ya iremos por ti para arañarte en las noches de luna llena. 


Y entonces así tu viaje continuaría, ahora por caminos ancestrales construidos por incas a punta de piedra y esfuerzo. No sabes dónde irás a parar, si lograrás llegar a destino. La luz del mediodía de este sol encandecente de invierno hace reflejar tu sombra sobre las rocas mohosas. Realmente no tienes idea a dónde irás a parar, pero aún así levantas tu mano y te saludas a ti mismo, reconociéndote por primera vez en mucho tiempo (¿encontrándote?). Haciendo un corazón coreano con los dedos decides avanzar mientras oyes el  silbato del tren alejándose entre las montañas. 




Tren a Aguascalientes, julio 2025




domingo, 21 de septiembre de 2025

multiversos craquelados

Vas atravesando esa membrana jugosa y gelatinosa que separa realidades simuladas. No sabías que eran inventadas porque te limitabas a avanzar por la cinta automática que te llevaba desde el punto A al punto B, luego al C y después, muy probablemente y ante toda certeza, hasta el punto D. Y allí observabas como una zuricata tranquila y educada que saluda con su mano a todas las autoridades de forma políticamente adecuada, como se espera de las zuricatas de oficina, camisa y corbata. 

Pero una noche tras un par de copas de cabernet franc y llorando como no se hacía desde hace 17 años en el piso de parquet de tu otrora departamento, viste la vida pasar en un pestañeo primitivo, la corteza cerebral se activó por primera vez en siglos y te viste a ti mismo en un futuro sin sentido y hueco como una ocarina, emitiendo sonidos solo por el soplar de un otro que tomaba por ti las decisiones de la petición de un crédito en el banco, el pago de las contribuciones y las mascotas que podrías o no podrías tener. 


Pero en ese mismo piso en el que temblabas, lograste secarte las lágrimas y ponerte de pie a duras penas. Con tan solo una maleta y una cadena de tortuga en el cuello, abandonaste la madriguera y avanzaste por la ruta que no estaba destinada para ti, te desviaste por un atajo pedregoso y ondulante, bordeando un peligroso precipicio lleno de los cadáveres de todos quienes osaron lanzarse por la misma ruta que habías tomado. 


Y ahora de una u otra manera vuelves a estar pegado a esa membrana que se craquela con cada paso que das, como el universo que se tuerce, pone atención en ti como no lo hacía hace milenios y se pregunta porqué vas dejando todo eso atrás, que cómo es posible esa actitud en esa zuricata, que de todas las zuricatas era la que menos debería haberse apartado de la manada. Pero ya estás demasiado lejos de todo ese cuento de hadas como para escuchar los lamentos de una vida que te perteneció (sí), pero que era el momento del ahora o nunca para sacudir y despedazar las cadenas que te venían apretando la garganta sin dejarte respirar hasta ahogarte lentamente en el más cruel de los sollozos.


martes, 2 de septiembre de 2025

estaciones

Van pasando las estaciones en este departamento. Ves como van cambiando los colores de la ciudad desde la terraza, adorando despedir el sol y cómo se refleja su luz en la cordillera nevada. Si tuvieras que elegir quedarte en un momento, desearías que fuera un otoño perpetuo el que se instale en tu habitación, en tu cocina eléctrica, en los ascensores del edificio, en la casa de la vecina y en su perro pequeño chillón también, porqué no. Porque todo para ti tiene que ser tan amarillo, porque así funcionan tus conexiones neuronales, realizando sinapsis en color sepia, haciéndote recordar por las mañanas un viaje en bote en el río Duero de Oporto bajo sus puentes; desayunando un café con leche te hace volver a Venecia, caminando por su callejones y perdiéndote para llegar a una iglesia que podría ser cualquier iglesia, pero siempre era una nueva; mientras te duchas te apareces en un cenote del Yucatán, escondido bajo las raíces de un árbol milenario y terminas la noche acostado, reposando tu cabeza tranquilo a punto de dormir, teletransportándote a una habitación en un hotel de Florencia, viendo por la ventana la luna llena y su plateado reflejo salpicando el duomo de la catedral. Y así te pasas los días, el calendario va avanzando lentamente pero acelerado en este revoltijo de recuerdos de todas las vidas que ocurrieron en un abrir y cerrar de ojos dentro tuyo. Y a medida que avanzan las horas el recuerdo es cada vez más borroso con el cambio de estación y no quieres que nada se lleve este cobrizo vaivén de emociones, deseas que la nostalgia sea para siempre y nada perturbe esa melancolía que deja un retrogusto amargo pero también dulzón luego de cada sorbo de un Carménère. 

Antes de que barran por completo las calles sales a recolectar todas las hojas secas y amarillas posibles en pleno mes de junio, las metes en una bolsa y las subes a tu departamento, para esparcirlas por el piso del living , la cocina y la habitación, para que así cuando la pena te desborde puedas inventarte un otoño ficticio y casero para ti mismo. 

lunes, 25 de agosto de 2025

La hoja en blanco

Tuve un hoja en blanco en mis manos que convertí en barquito de papel. Me subí en él y me acompañó a navegar los siete océanos a lo largo de miles de años. Otras veces nos embarcábamos sobre ríos turbulentos que terminaban en caída libre por una cascada altísima, pero siempre lográbamos salir a flote, por muy tumultuoso que el caudal fuera.

Luego el barquito se transformó en avión de papel. Con él surqué cielos color turquesa atornasolados, sintiendo la caricia de la tibia brisa de un amanecer, planeando serenamente por un viento que nos llevaba a todas partes. Pero otras veces tuvimos que atravesar torbellinos huracanados o cruzar las turbulencias de un ciclón tropical. Sin importar lo que nos esperara al emprender el vuelo, siempre lográbamos aterrizar a salvo en tierras calmas. 


Después el avioncito lo convertí en una flor de papel que llevaba siempre conmigo en la mano, haciéndome compañía desde el desayuno disfrutando de un capuchino recién preparado. Un día planté la flor y contra toda posibilidad, su pálido blanco se revistió de unos hermosos colores, más bellos que todas las rosas del mundo juntas. Y cada noche antes de dormir la regaba para que sus pétalos se mantuvieran vívidos por siempre jamás. 


Pero un día la flor se marchitó y como todo en la vida cumplió su ciclo. Entonces tomé el papel reseco y con dificultad lo volví a convertir en un barquito. Una día de febrero luego de una lluvia imaginaria de verano, puse el barquito en un delgado riachuelo que se formó en la esquina de Sucre con Condell. Había  llegado el momento de dejarlo ir. 


Me despedí de él agradeciendo su protección durante todos los años que navegamos juntos, volamos y nos hicimos compañía floreciendo, pero tocaba continuar este viaje en solitario. Vi el barquito alejarse audazmente por la orilla de la calle, tranquilo de saber de que no sería tragado por ningún desagüe o agarrado por un payaso asesino escondido en una alcantarilla: tenía la certeza de que el barquito de papel encontraría su propio camino hasta llegar al océano y luego conquistaría nuevos continentes aún no descubiertos.

lunes, 18 de agosto de 2025

Mapocho en otoño

 


Tanto desencuentro en estas calles 

evitando las esquinas 

de ciertas avenidas 

de ciertos semáforos 

de ciertas plazas 

y de ciertos pasos de cebra 

para no encontrar tu fantasma 

deambulando por la ciudad 

a la una de la tarde 

de un domingo después de un brunch. 


Recuerdo los abrazos 

que cobijaban los días fríos 

de inicios de mayo

una década hacia atrás 

caminando por Pío Nono 

y viendo las hojas amarillas caer 

jugando a hacerlas crujir todas

porque sino lo hacía

no podíamos cruzar la calle. 


De aquello solo quedan los escombros 

de los sueños en los que aún te me cruzas

y las fotografías eliminadas 

que desaparecerán por completo

dentro de los próximos 29 días

pero quizás cuánto tiempo pasará 

para que desaparezcan de la memoria

y no recordarte al cruzar en otoño 

los puentes sobre el Mapocho

que entre su caudal marrón achocolatado 

dejé los pedazos de nuestra historia 

deseando que lleguen algún día a mar abierto

y luego a las costas de un país lejano

en muchos años por delante

cuando estés de vacaciones recorriendo Europa 

acompañado de algún otro de la mamo 

y en esa playa me recuerdes

como una parte ya borrascosa 

de una de tus tantas vidas pasadas. 

viernes, 15 de agosto de 2025

Fiesta en solo

Hoy fue de aquellos días entre azul con amarillo, un tanto extraño, híbrido cual minotauro, tibio pero fresco, acogedor pero solitario. Como cada domingo tocaba paseo padre/hijo-perruno y decidimos dar unas vueltas por el barrio, para acostumbrarnos a estas calles que forman ahora parte de este cambio de vida. Hace mucho no veía correr tanto al perrillo. Decidí llevarlo al lugar donde nos conocimos por primera vez. Nunca, cuando estuvimos juntos, lo llevamos hasta aquella esquina. El edificio que alguna vez fue una discoteca ahora se había remodelado y hace mucho que ya la gente no baila en su interior, la música ya no suena potente desde sus  parlantes, el cubo donde peleábamos por un lugar debe haberse destruido hace años. Y allí estaba yo una tarde a finales de abril, con nuestro hijo en brazos, teniendo 17 años de nuevo pero deseando tener 18, en ese anhelo imparable de querer ser adulto para hacer las cosas que se ansían por hacer siendo grande, como si la vida fuera más sencillo superando la adolescencia. Pero heme aquí a mis 35 años de fiesta en fiesta, desde la madrugada hasta la mañana, queriendo encontrar las piezas que encajen en esta vida sin rumbo, los pedazos de vida que me dejaste en el camino, para ir recogiéndolos y armar de nuevo un proyecto sin tener claro que es lo que me alcanzará para hacer antes de fin de mes. Porque ahora ser adulto y pagar contribuciones dista mucho de los sueños que algún día fueron compartidos, que nacieron en ese lugar que ahora ya no es lo mismo de antes, pero que fue el big bang del universo que cobijó nuestros abrazos, desde una cabeza apoyada en un hombro, hasta prometernos la vida entera el uno con el otro, pero luego vinieron las mentiras y los mensajes ocultos, el sentirse solo de lunes a domingo a pesar de compartir la misma cama, de ver cómo de a poco nos íbamos despidiendo sin decirnos adiós, dejando que las cosas fueran gravitando a su propio ritmo, que el polvo que se sacudió se asentase lenta y silenciosamente de nuevo en el piso, para quedarse allí empolvado y pisoteado con el corazón arrancado de la caja torácica, desangrándose de a poco con el pasar de las horas, los días, los meses y los años. ¿Cuánto tiempo tuve que esperar de ti para volver a ser esos que se encontraron en esa fiesta, sin tanta premeditación, como si hallarse a la vuelta de la esquina fuese lo que estaba descrito a ocurrir desde que las cianobacterias se instalaron en los océanos primitivos?

No me di ni cuenta que el tiempo avanzó a velocidad 3X y ya se había hecho de noche. Me disponía a volver a mi departamento, tendría que prepararme un té porque ya estaba haciendo frío. Pero escuché  música que venía desde dentro del edificio. Juro que sí, era música que venía desde dentro y por las ventanas altas se veía las luces de múltiples colores que giraban en el aire. Tiré hacia un lado de la reja de metal y resulta que estuvo sin seguro todo el tiempo, cosa extraña considerando la seguridad de la ciudad de los últimos meses. Decidí entrar sin más, con hijo y todo. Pasé por el lugar que anteriormente era la boletería, entré por la delgada puerta que guiaba por un pasillo estrecho hacia la pista principal y allí estaba la música sonando desde los parlantes a todo volumen, las luces efectivamente salían desde cada rincón moviéndose en un frenesí estroboscópico, en la pantalla gigante se proyectaba un vídeo musical de Rachel Stevens y allí también estaba el cubo, sí, el cubo en el centro de la pista vacía, de un edifico vacío en pleno Barrio Italia . Dejé sentado al perrillo en una butaca y me dispuse a subir al cubo, reclamando mi lugar de antaño en sus geométricos ángulos, y dejándome llevar por el ritmo de la música que penetraba cada poro de mi cuerpo, me puse a bailar cual loco desenfrenado, como si no importara todo lo que ya ha pasado, lo que pasaría hoy ni mucho menos mañana y el perrillo ladrándome, dando saltos y moviendo la cola desde abajo, porque cuando se acabase esta fiesta inventada volveré a casa solo como cada noche, despertaré mañana con una resaca y seguro que pensaré que esta fiesta es como la vida de ahora en adelante y esta música que suena y estas luces que salpican por todas partes.