lunes, 31 de marzo de 2025

Arcadia



Quisiera dejar de desear la presencia de alguien más, omitiendo la necesidad de diluirme en un otro para así caminar solitario por este bosque que podría ser Arcadia y yo un elfo pequeñito en búsqueda de portales mágicos hacia otras dimensiones. Decido entonces soltar una mano imaginaria que coge la mía para guiarme entre la niebla y paso a encaminarme sin un rumbo claro, pero moldeando un sendero planteado desde mi perspectiva. 

Eso es lo que importa en esta alegoría. Trasmutar el todo y la nada al mismo tiempo, pero poniendo en el centro de la galaxia a la nada, para enaltecerla y celebrarla, porque qué sería de uno mismo sin esa nada, sin los vacíos que existen para ser llenados por cualquier ínfima cosa como una planta, un libro de terror o el sabor de una copa de Cabernet Franc servida un domingo por la tarde mirando el cielo desde la terraza.

Habito ahora ese espacio que existe de silencio y carencia, rasguñándolo con mis propias manos vacías (nuevamente) pero queriendo llenarlo con el más puro de los deseos, el que se forja internamente, para salvar el alma perdida de una vida a oscuras, contrariando al destino que parece sombrío para llenar todo de luz, plumas y lentejuelas. 

De nuevo la nada y el todo, de nuevo sigo caminando a cuestas en este bosque en solitario en penumbras y yo ya no soy yo, dejo de lado mi esencia y soy ahora eso que es nada y todo a la vez, lo muerto que da vida y vuelve a morir nuevamente:

Un tronco carcomido por el moho;

Una rama que alza sus brazos resquebrajados hacia el cielo;

Las pelusillas que sueltan los nothofagus durante las tardes de febrero;

La roca que está en el fondo del estero renegado para ser erosionada por lo siglos de la turbulencia de su caudal. 

Cuando ya casi me encuentro al borde del bosque, ese lugar que separa en una delgada línea el tiempo y el espacio, tomo por fin una pausa. Cojo aire de una bocanada y miro hacia atrás en este camino que he recorrido. No dejé migas de pan en el trayecto, para que nadie pudiera encontrarme, pero también para olvidar el rastro del retorno de la que alguna vez fue mi casa, porque ahora el destino está hacia adelante, 

o hacia abajo 

o hacia arriba

o hacia atrás 

o en cualquier dirección siempre que vaya avanzando a mi propio ritmo. 

martes, 18 de marzo de 2025

Apagón


Cómo fue esto que va sucediendo

entender el principio del big bang

el momento exacto de la implosión

cuando el armazón de la cápsula temblaba 

y estaba a punto de colapsar sobre sí misma

como un corazón arrugándose e infartándose 

despedazándose en sus válvulas 

en sus atrios, ventrículos y coronarias.


Deseas ver una estrella fugaz que surque el cielo

en medio de esta noche oscura y tenebrosa 

volver a ser un niño

proyectando deseos en el cosmos 

atrayendo angelitos de colores.


Y los recuerdos de tiempos mejores 

se van encerrando en los más impenetrables calabozos

de una tripa del cerebro 

y de a poco se van desbloqueando 

renaciendo algunos temores 

aflorando como nunca la rabia 

ganando como siempre la melancolía.


Creías tenerlo resuelto todo 

y resulta que el futuro está enmarañado.

Tu desafío ahora es desenredar los cables

cortarlos si es necesario 

para enchufarte los audífonos en los oídos 

y poner una canción que represente

tu sentir en este momento 

pero que también coincida con el ritmo de tu caminar

al salir del metro en hora punta. 


Te maquillas así la cara

te pones tu kimono 

ves tu reflejo en la ventana de la terraza 

contrastándose con las luces de la ciudad 

en esta noche extraña de fines de febrero

antes de un apagón en el país entero. 

viernes, 28 de febrero de 2025

Ciclovía Antonio Varas

Pedalea rápido, los más fuerte que puedas, ya no hay retorno en esta ciclovía estrecha de Providencia, es peligroso frenar sin que se te vengan los ciclistas furiosos encima. 


Decidiste dejar atrás Darío Urzúa, la calle que cuando joven soñaste con que fuera tu calle, el lugar donde querías algún día formar un hogar, para recorrer sus veredas en las tardes cálidas de enero luego de una jornada agotadora en la oficina, paseando al perrito, preguntándose qué pedir para la cena (si chinos o Thai o árabe). Y en un abrir y cerrar de ojos la calle fue todo eso y mucho más, imposible describir lo que su asfalto significó en la historia de tu vida. 


¿Cuantos centímetros crecieron durante esa década sus plátanos orientales? 


Preguntas que ahora te haces mientras pedaleas alejándote a toda velocidad. Se despidieron en la esquina, el perrito iba en brazos, él hacia tu antigua casa, tú hacia tu nuevo hogar sin mirar atrás, porque ya se ha dicho y explicado todo; los automóviles de la escuela de conductores virando en el cruce; los semáforos cambiando de colores; tus antiguos vecinos volviendo a sus departamentos.


¿Qué nos deparará la vida ahora, qué callejones recorreremos por separado, en este laberíntico ir y venir de los días, en esta ciudad que nos inhala y exhala, que nos bebe y luego nos transpira, observándonos desde lejos, adivinando nuestras habitaciones a la distancia, imaginando tu silueta que se asoma a la terraza del departamento una tarde de un día lunes, regando las plantas o barriendo el piso o preparando una cena improvisada para uno?


Porque ahora valen más esos pequeños momentos frágiles y quebradizos, que esperas se vayan solidificando como silicona que se petrifica y pega todo lo que se ha fragmentado, para juntar nuevos recuerdos y conversaciones, de un día que otra vez sale arrancado del calendario, hoy es domingo, mañana es febrero, casi año nuevo chino y este sí que será tu año.


Pedaleas dejando esa vida atrás, tus recuerdos quedaron guardados en una caja que se irá a la bodega y luego de muchos años será olvidada en un tarro de basura que esperemos sea reciclado. La luz del atardecer de este día caluroso de verano se despide detrás de los edificios de Ñuñoa, la brisa es suave pero refresca y sigues pedaleando cada vez más fuerte, sin detenerte, así las lágrimas se secan más rápido de tus mejillas.

lunes, 23 de diciembre de 2024

La calle largo de São Domingos

La calle largo de São Domingos no es una calle en realidad. Más que por el hecho de que sea tan breve como un café expreso servido en una pequeña taza que se engulle tras un pequeño sorbo, ya que luego de un par de lacónicas cuadras se transforma y cambia súbitamente de nombre a la Rua de Belomonte, es más bien porque la calle no es una calle, en verdad es un cuadro. De los que se cuelgan en la muralla del comedor para observarse a la hora de la cena cuando no hay más palabras que decir y en vez de quedarse cabeza gacha se decide indagar en los detalles diminutos de la obra en cuestión. O a gusto de otros, se le podría catalogar como una imagen pintada no en un lienzo en blanco inmaculado sino que en un pedazo de cerámica, un imán o un llavero de los que se compran al por mayor para regalar a algunos conocidos de regreso a casa luego de las vacaciones. O para las más modernas podría ser más bien una fotografía en el teléfono, guardada en un álbum oculto, para observarse en la noches de insomnio cuando luego de 125 vueltas en la cama te das cuenta que ya es imposible conciliar el sueño. 

Tuve mis sospechas iniciales luego del cuarto día en Oporto al observar que, de todas las calles que divisábamos desde la terraza de nuestro Airbnb, aquella era la más tranquila. Hacia un lado teníamos las torres de la catedral de Oporto alzándose sobre los callejones laberínticos y los tejados florecidos. Un poco hacia atrás al final de Maozinhos, la estación Sao Bento observaba en calma el tráfico de las 19:00 hrs viniendo desde el Duero. Abajo nuestro, la construcción de la línea rosa del metro nos hacía temblar la cabeza con sus incesantes excavaciones. El ajetreo constante de la Rua das Flores contrastaba con el apaciguado ritmo proveniente desde Sao Domingos. 

Al despertar la quinta mañana y asomarme a la terraza tomando un americano descafeinado, comencé a notar las primeras señales: las gaviotas se posaban en los techos de todas las casas excepto en las de dicha calle;

Las personas de alguna forma ignoraban su existencia y continuaban un trayecto recto hacia la Rua de Sousa Vitterbo;

Luego, la luz del atardecer tomaba un reflejo extraño en los azulejos en la fachada de las casas en esa callejuela, como reflectando los haces de luz de forma diferente, como si de una superficie distinta y ponzoñosa se tratara. 

Se volvía más evidente  en las noches, cuando al mirar nuevamente la curva que se traza y se pierde tras el corredor de casitas, se tornaba más silenciosa que cualquier otro sitio, ningún transeúnte pasado en copas de Oporto Tawny osaba atravesar sus adoquines, casi como esquivando el umbral que daba inicio a esta pintura.

La incertidumbre se desvaneció y se convirtió casi en una certeza tangible y apachurrable el sexto día mientras comíamos un pastel de nata en el Atelier De Castro, escuchando un par de tripeiras en la mesa del lado charlando. No es que acostumbre a oír conversaciones ajenas, puede que quizá no haya comprendido muy bien el portugués, pero era evidente que dentro de las coincidencias lingüísticas pude claramente comprender que hacían referencia al misticismo de la calle Sao Domingos. Aseguraban que la calle era una suerte de paralelismo a la realidad constante de los humanos y las humanas comunes y corrientes. Mencionaban que nadie sabía exactamente cómo se había formado esta especie de espejismo, donde una existencia alternativa sucedía a ojos de todo cuán afortunado (o no) pudiera percatarse de su presencia. Porque sucedía de esa forma: no todo el mundo notaba la figura de esta calle-cuadro y que tan solo unos pocos eran capaces de observarle tal como era. Las chicas comentaban con total naturalidad que por esta cualidad del cuadro, de elegir a sus posibles espectadores cuál antítesis de una opera prima, es que era posible que aquellos escogidos tuvieran la posibilidad de adentrarse en el cuadro. Tal cual: introducirse al cuadro como si fuera más sencillo que subirse al carro de un tren urbano con destino a Aveiros. Hacían el comentario de que un conocido de una  de ellas había conseguido entrar al cuadro y retornar para contar algo de su vivencia, como pocos lo habían conseguido. No lo de entrar, sino que la posibilidad de volver y contarlo. 


La otra chica replicaba que por lo que ella había escuchado, muchos de los que sabían de esta peculiaridad callejuela se habían aventurado a entrar, no habían podido salir del cuadro y permanecían infinitamente en él. Y el que había vuelto contaba en secreto que en este cuadro, ya dentro de él, se cumplían de alguna forma todas las vidas posibles que tenemos potencialmente para vivir en esta cuerda, pero que por muchos (o pocos) motivos no nos atrevemos a vivir y quedan eternamente gravitando en un tal-vez-quizá-en-alguna-otra-vida.


Luego de comentar otros aspectos como el clima y la organización política actual, pidieron la cuenta y salieron a perderse entre la multitud de la gente de la rua maozinhos. 


Bastó esa pequeña casual conversación matutina de un par de desconocidas para que cambiara todo lo que llevaba pensando de aquel descubrimiento del cuadro. Algo que llevaba callado dentro hace meses comenzó a brotar como un chorro del vapor de un géiser acumulado desde las entrañas de la tierra por miles y miles de años. Porque todo aquello era tan difícil y elucubrado, tan enredado como para ser explicado en estas palabras que escribo en el IPad cual recordatorio de un análisis complejo interno, que se verbaliza y vuelve concreto tal como este cuadro mágico que se aparece de la nada en este primer viaje a Portugal. Ningún vídeo de YouTube hablaba de este acontecimiento, ningún blog hacía ni siquiera una pequeña reseña de este cuadro, ya por ser quizá imposible de creer en el mundo actual y sacudido en el que vivimos inmersos. 

Y ese pensamiento pequeño que llevaba escondido dentro mío no quiso volver a refugiarse al ver la luz tranquila del sol reflejado en el río Duero. Y comenzaron las interrogantes en la madrugada, oprimiendo el pecho como una crisis de pánico.  ¿Qué pasaría si doy el salto hacia el cuadro? ¿Qué tal se sentirían esas vidas donde uno es más auténtico que un cristal de cuarzo, sin la presencia de esas energías oscuras que absorben tus ganas de recorrer la galaxia entera en una nave espacial casera hecha de cartón reciclado? O La idea de vivir esa vida sin temor al qué dirán, cómo nos mirarán, que susurrarán en secreto luego de pasar por los pasillos del colegio, caminado rápido y con la cabeza gacha para llegar al baño, encerrarte en un cubículo y pasar allí los recreos escondido. 

Y después esa idea se instaura en la cabeza y se replica como el ARN de un virus nuevo y mutante que dará origen a la siguiente pandemia, cuando aún ningún científico lo ha detectado en un cultivo de laboratorio. Y esa idea-garrapata ya estaba succionando el resto de mis días de vacaciones: en una tienda de supermercado Continental al tratar de encontrar una bolsa de granola para el desayuno;

En un azulejo amarillo de la fachada de una casa en la escalas de Barredo;

Sentado en el baño en una posada en Geres;

En un espigueiro vacío en Soajo.


Y por primera vez sentí el coraje de dejar las fantasías de lado, dejar de ser el chiquillo que sueña una vida imaginaria. Decidí no quedarme con la pregunta e ir por la respuesta, considerando los sucesos de mi vida y el momento en el que me encuentro, era necesario dar el salto sin quedarse con los brazos cruzados a la espera de que el destino decida por mí antes que yo decida mi propio camino…

***


Encontré este escrito de Pedro en su IPad luego de un par de meses de que ocurriera lo que finalmente le sucedió. No fue difícil adivinar su contraseña, no es que la haya mirado de reojo algún día recostados en la cama. Quizá tenía la certeza de que algo de él se arraigaba en nuestras fechas y acontecimientos. Solo escribo esto para dar punto final a una historia inconclusa, si es que es estrictamente necesario dar por término a toda historia, ¿y si existen cuentos sin final? ¿Acaso todo tiene que acabar? Porqué, si lo átomos y partículas de las estrellas desintegradas podrían eternamente expandirse por el universo y congelarse en un frío perpetuo, para entrecruzase nuevamente y dar origen a nuevas formas de vida en trillones de años más. 

Si es necesario un final, pregúntenle a Pedro si algún día es capaz de retornar. Por esto, no le tengo ni una pizca de rencor. Por que se le ve tan apacible en el cuadro, con la mirada taciturna como siempre pero tranquilo y su pelo rosado hace juego con los azulejos de las fachadas de las casitas que se pierden en las curvas de la calle São Domingo. 



Oporto, enero 2024




sábado, 21 de diciembre de 2024

-Capitán, estamos en una situación compleja: el panel de control está saltando todas la alarmas, el estabilizador ya no soporta más, estamos perdiendo la dirección y ninguna señal es ya percibida por el radar.

-Intentemos mantenernos en posición, aguantemos un poco más y saldremos victoriosos, no pierdas la esperanza de volver a nuestro planeta, por muy lejano que se vea.

-Pero capitán, llevamos 16 horas en esta turbulencia, es imposible zafarnos esta vez. Perdemos a chorros el combustible y la potencia de la nave es cada segundo más débil, Debemos aceptar que hemos atravesado el horizonte de eventos, ya ni la luz es capaz de escapar de este agujero negro en el que venimos cayendo. 


-No, no  ¡No puede ser posible! Debemos retornar como dé lugar a nuestro hogar, hicimos la promesa de retornar juntos sin importar el precio. 

-Es mi mayor anhelo, capitán. Ambos hicimos la promesa en conjunto, pero si efectivamente ya atravesamos este límite, irremediablemente el tiempo y espacio se han curvado tanto que de nuestro hogar probablemente solo quedarán un par vestigios. 


[el pequeño Totoro observa y escucha esta escena con los ojos bien abiertos desde un par de asientos más atrás, sin decir nada]


-Existe una última alternativa para poder sobrevivir antes de capotar. Pero debemos decidirla en conjunto y no habrá punto de retorno. Será la única forma de tener una opción de volver a nuestro planeta. 


[la nave comienza a tambalearse incontrolablemente, suenan todas las alarmas y es difícil contener incluso la respiración. Se observa en el vacío oscuro de la ventana que un ala de la nave se pierde de pronto y la cabina vuelve a moverse violentamente. El pequeño Totoro se hace bolita sobre sí mismo]


-¿¡¡Cuál es esa alternativa, capitán?!!-  grita desesperado para hacerse escuchar por sobre  las turbulencias - ¡¡No tenemos más tiempo, hemos perdido total contacto con la base lunar!!


[el capitán toma aire en sus pulmones, mira una fotografía del hogar que tienen juntos en su planeta, que tiembla entre las palancas y botones del panel de control. El último recuerdo que tienen de su vida antes de despegar en este viaje. Cierra los ojos y contiene las lágrimas]


-Debemos eyectarnos ahora y pilotear con nuestros propulsores individuales por el vacío. Es la única salida antes de hundirnos en el agujero negro por completo. 


-Pero capitán, eso quiere decir que… [no es capaz de terminar la frase para no hacer realidad un miedo mayor al terror que ya estaban viviendo].


-Así es, mi fiel compañero: si nos eyectamos nos separaremos de forma inevitable. Deberemos guiarnos solitariamente por el espacio en búsqueda de ese hogar que soñamos. 


[se pierde la otra ala de la nave, el movimiento es cada vez más incontrolable, los dos tripulantes y el pequeño Totoro se aferran a sus asientos en un último intento de permanecer juntos]


-Capitán, tiene usted razón. Es lo que debemos hacer- dice mientras le coge la mano entre sollozos. - Lamento que no hayamos podido concluir la misión que nos encomendamos. Siento rabia y pena por eso, mi capitán.


-¡¡¡Debemos eyectarnos ahora o no lo haremos nunca, mi compañero!!! -grita  el capitán, cogiendo con fuerza su mano también- Si la suerte está de nuestro lado y las estrellas nos guían, nos volveremos a encontrar, ya sea flotando en el vacío o bien establecidos cada uno en su planeta. 


-¡¡Sí mi capitán!! - grita entre lágrimas mientras se pone su casco preparado para eyectar. 


[el capitán también se pone su casco con los ojos llenos de lágrimas y se engancha al pequeño Totoro en su traje. Uno de los dos debía hacerse cargo de él. Por la ventana ya no se veía tan solo oscuridad, llamas estaban rodeando los restos de nave que quedaban. Tanto el capitán como su compañero se soltaron de la mano y se dispusieron a presionar el botón de eyección. Afuera la llamas se desintegraban girando en círculos y cuadrados y rombos y trapecios, mostrando en microscópicos milisegundos todos los recuerdos de la odisea que los tres tripulantes de esta nave generaron en el camino, una vida llena de constelaciones y polvo de estrellas, motores de nuevos sistemas solares que se fueron creando tras su camino]


Antes de presionar definitivamente el botón de eyección , ambos se miraron por última vez, el pequeño Totoro también abría sus ojitos: 


¡Gracias por el viaje, mi capitán!

¡Gracias por el viaje, mi fiel compañero!


*


[Una figurita de una nave espacial hecha con legos se cayó del escritorio]