Vuelves a buscar lugares secretos en tu interior para darte el impulso ante un nuevo salto de una orilla a otra sobre un abismo del cual es imposible determinar cuán profundo es. Son esos recovecos que guardas en el ama y en la memoria, que cuelgan de tus cabellos desordenados cuando la luz dorada del atardecer podría estar reflejándose en ellos y en tu cabeza, pero sucede que una nube de smog esconde este sol de invierno que se pierde tras los edificios de esta ciudad de nunca acabar. Pero aun así logras arrancarte antes del trabajo, inventarle una excusa al jefe para huir al cerro San Cristóbal a ese rincón solitario y que has apropiado como tu escondite y mirar la vida desde arriba, porque de lejos todo problema se ve pequeñito y ridículo, qué importa esa planilla que no enviaste, esa boleta mal emitida, el correo que quedó como no leído. Y al mirarlo todo desde arriba te miras también a ti mismo pero desde el futuro, has logrado la habilidad de desdoblarte y superponer planos y de ese mismo modo eres capaz de ser uno con el Pedro del futuro que le dice al Pedro del pasado (que es en verdad el del presente en esta misma historia) que “no temas en dar ese salto, el abismo da terror y a quién no, pero para lograr romper los esquemas debes martillarlos tú mismo y hacerlos mierda, no esperar que la vida los rompa en pedacitos por ti como lo vienes haciendo desde los 11 años, encerrado en el baño del colegio en los recreos. Por que sí, Pedrito, despierta, ya no eres un niño, al parecer el planeta sigue girando, el reloj sigue avanzando, las células se siguen replicando y van avanzando los segundos con los minutos las horas y los milenios, ¿a cuántos funerales has atendido el último año, querido? El momento es ya, el tiempo es ahora, tic tac
Tic
Tac
Tic
Tac”
Y el Pedro del pasado (o del presente) se sonríe, toma aire y lo vuelve a expulsar, pensando en el aquí y en el ahora, como le enseñaron en terapia para lograr quedarse dormido en las noches de insomnio. El Pedro de ahora se prepara para encausar su vida, tomar las riendas del carruaje que te lleva hacia esos caminos torcidos que no sabes dónde llegarán, sin destino claro donde aterrizar, con la brújula revuelta por que al planeta se le invirtieron los polos, con el pavor de siempre que hace apretar los dientes, pero siempre avanzando paso a pasito porque sabes muy bien que si mirases hacia atrás verás a todos esos posibles pedros aplaudiéndote y animándote a no bajar los brazos en esta loca carrera que es la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario