Increíble esta capacidad de encontrar portales y teletransportarse hacia otras dimensiones. Heme aquí nuevamente en el país de las maravillas, tratando de buscar respuestas en el viento, en los árboles, en el cielo nocturno y sus satélites, en tus manos que ya no están.
Pienso en el camino de baldosas amarillas que recorrí para caer en este agujero y siento una cosquilla detrás de la oreja, debajo del hígado y muy dentro de la tricúspide. Como un pequeño pálpito, ese latido que se cabalga antes de lanzar un chorro de sangra hacia la aorta, justo antes de dar un salto hacia el vacío.
¿Cuántos saltos ya has dado a esta altura de la vida?
Incontables son los brincos que se han concretado en este cuento de simulación de alta fidelidad que te has inventado. Pero aun corres de los fantasmas, los malditos no se dejan asesinar con una cuchara de palo y vuelven a vivir y vuelven a morir, los vuelves a enterrar y vuelven a perseguirte, porque también tienen el código QR que abre los portales para jugar eternamente a este corre que te pillo, pero ahora es diferente a tantas otras veces que arrancabas: ahora te tienes a ti mismo y nadie más para levantarte cada que te caigas, tropieces y revuelques en el piso fangoso (y bueno, un perrito que siempre te hace compañía y se mete detrás de las piernas cuando están acostados y hace mucho frío).
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