martes, 14 de octubre de 2025

El Wayna Picchu interno

Yo no sabía que todos teníamos un Wayna Picchu adentro desde que nacemos. No tenía ni idea. Tuve que recorrer kilómetros para entenderlo y fraccionar el destino de mi vida en dos senderos: lo que fue de esas vidas pasadas y lo que será de ahora en delante el rumbo de un sueño apropiado. 


Y el sentido de llevar esta montaña dentro no es tan solo apreciarla desde lejos y tomarte millones de selfies para subirlas a tus redes sociales. No, la montaña fue hecha para ser escalada. El problema es decidir cuándo atreverse, cuándo dejar atrás las ataduras que te anclan a tu silla sin dejarte posibilidad de actuar, sin poder decir algo porque podría incomodar al resto, levantar una mano o girar apenas la cabeza. Porque has aprendido que siempre vivirá dentro tuyo esa vocecilla que te dice que no eres lo suficiente bueno, que no serás capaz de lograr dar un paso sin tambalearte y caer en un abismo sin fin, mientras procrastinas cada tarea para dejar que el tiempo se vaya más rápido. O que no podrás solo con todo eso que te estás llevando a cuestas, que la mochila y los bototos de trekking son demasiado pesados para que tú seas capaz de atravesar esta montaña y alcanzar su cima. Así que la mayor parte del tiempo le hiciste caso a ese murmullo interno, quedándote quieto en tu asiento y limitándote a ver las historias de otras personas que se aventuraban dejándolo todo atrás, preguntándote cómo sería dar el salto a ciegas hacia la montaña mientras programabas cada día tu alarma para levantarte a la misma exacta hora cada día, de cada semana, de cada mes, de cada año, de cada vida.


Y ahora sin lograr reconocerte a ti mismo todavía , te desconcierta verte sobre lo más alto del Wayna Picchu interno, mirando desde arriba todo lo que has logrado, el camino que has recorrido dejando en el rumbo litros de sudor y lágrimas, escalando las rocas frías y resbaladizas, con el precipicio a un lado siempre acechándote y llamándote a mirar hacia abajo, para dar un paso en falso y tambalearse. Pero a pesar de todo eso, por más difícil y duro que fuese el camino, por mucho que faltara el oxígeno en tus pulmones apunados, fuiste capaz de arrancarte de aquellas cadenas y romperlas, venciendo el más terrible de los miedos para seguir tu propio sendero hasta esa montaña. Ya no sientes el terror de antaño, solo una gran calma y serenidad por haberte atrevido y no quedarte quieto en tu silla mordiéndote como siempre las uñas.


Tomas un video con tu teléfono para guardar un recuerdo de aquel momento como queriendo atrapar el sentimiento y no dejarlo ir [y volver a ver esos vídeos en las noches oscuras en las que dudes de si todo aquello fue real o inventado por una inteligencia artificial]. En lo alto de la cima, ves a lo lejos sentado en una piedra al inicio del sendero al antiguo Pedro que se quedo allí petrificado y enraizando una vida que no le pertencía, que se quedó con la pregunta sin respuesta. Levantas un brazo y lo bates de un lado a otro en el aire saludándole, esperando que ojalá te vea, alentándolo a que no se rinda y que se atreva, porque sí podrá lograrlo, pero no estás seguro si te vio realmente. Coges aire nuevamente y suspiras, te pones tu mochila y te preparas a emprender el camino cuesta abajo.




Machu Picchu, julio 2025


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