Vas atravesando esa membrana jugosa y gelatinosa que separa realidades simuladas. No sabías que eran inventadas porque te limitabas a avanzar por la cinta automática que te llevaba desde el punto A al punto B, luego al C y después, muy probablemente y ante toda certeza, hasta el punto D. Y allí observabas como una zuricata tranquila y educada que saluda con su mano a todas las autoridades de forma políticamente adecuada, como se espera de las zuricatas de oficina, camisa y corbata.
Pero una noche tras un par de copas de cabernet franc y llorando como no se hacía desde hace 17 años en el piso de parquet de tu otrora departamento, viste la vida pasar en un pestañeo primitivo, la corteza cerebral se activó por primera vez en siglos y te viste a ti mismo en un futuro sin sentido y hueco como una ocarina, emitiendo sonidos solo por el soplar de un otro que tomaba por ti las decisiones de la petición de un crédito en el banco, el pago de las contribuciones y las mascotas que podrías o no podrías tener.
Pero en ese mismo piso en el que temblabas, lograste secarte las lágrimas y ponerte de pie a duras penas. Con tan solo una maleta y una cadena de tortuga en el cuello, abandonaste la madriguera y avanzaste por la ruta que no estaba destinada para ti, te desviaste por un atajo pedregoso y ondulante, bordeando un peligroso precipicio lleno de los cadáveres de todos quienes osaron lanzarse por la misma ruta que habías tomado.
Y ahora de una u otra manera vuelves a estar pegado a esa membrana que se craquela con cada paso que das, como el universo que se tuerce, pone atención en ti como no lo hacía hace milenios y se pregunta porqué vas dejando todo eso atrás, que cómo es posible esa actitud en esa zuricata, que de todas las zuricatas era la que menos debería haberse apartado de la manada. Pero ya estás demasiado lejos de todo ese cuento de hadas como para escuchar los lamentos de una vida que te perteneció (sí), pero que era el momento del ahora o nunca para sacudir y despedazar las cadenas que te venían apretando la garganta sin dejarte respirar hasta ahogarte lentamente en el más cruel de los sollozos.
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