sábado, 13 de mayo de 2023

El espíritu de la Leona

 ¿Existe aún la magia en las cosas cuando uno ya se ha convertido en adulto? 

Me preguntaba mientras entraba al sendero de los espíritus en la reserva Biológica del Huilo Huilo. Quizá nunca existieron las hadas o más bien los duendes eran personas comunes y corrientes como uno. Quizá es cosa de perspectiva, de mirar una piedra y solo ver una roca compacta e inerte, o en vez de eso darse cuenta que en ella asoma el atisbo de una figura, que bien podría ser una pequeña criatura de fantasía, que cuando nadie le ve salta a la vida y recorre los rincones del bosque, observándonos en silencio escondida entre las raíces de los ruiles.

Entre estas interrogantes me encontraba siguiendo el sendero demarcado que llevaba a la bienvenida de una pareja de Chemamüll, quienes recibían a los que se adentraban al bosque con una postura apacible contemplándoles desde la altura.

A lo largo del camino enlodado aparecían una seguidilla de otras figuras de madera aludiendo a deidades animalescas que había que encontrar observando con detención, pues se perdían en los más recónditos rincones y desvíos, por lo que era sencillo pasarles por alto. 

El sendero era agradable, pequeños pajarillos se escuchaban cantar desde lo alto de las copas, la lluvia de la tarde se dejaba caer fina pero constante, como recordándonos que estábamos inmersos en el sur de Chile. Paseo necesario para despegarse de las telarañas urbanas de la semana, lejos quedaba el ruido de la ciudad y las responsabilidades de lo cotidiano.

Sin notarlo, unos pasos seguían mi andar, hasta que a mi lado se mostró el espíritu de la Leona transformada en perrita que al parecer quería acompañar mi recorrido. Ahora bien escoltado, decidí guiar el camino por el instinto, cerrando los ojos de vez en cuando para grabar en la memoria el sonido de la lluvia cayendo desde lo alto, buscando su camino entre hojas, ramas, helechos, cetas y enredaderas antes de caer al suelo. 

Quizá fue en ese momento que tomé el camino equivocado, una ruta perdida y sin señalética que demarcara un destino en particular. Abundaban las maderas roídas por los años, caudales drenados donde antaño cascadas surcaban su trayecto montaña abajo. 

El espíritu de la Leona despareció de pronto, yéndose tan sigilosamente como llegó. Miré el reloj en el teléfono y habían pasado un par de horas en lo que parecía una caminata de apenas unos minutos. Seguí a paso más rápido, la noche se estaba asentando y más figuras de madera aparecían entre los árboles o debajo de una pequeña cueva formada por un tronco derrumbado. La lluvia comenzó a hacerse más intensa, el cortavientos ya no ayudaba a mantenerse seco y gotas de agua fría se colaban desde el cuello hasta la espalda.

A medida que las sombras se hacían cada vez más extensas, el corazón me palpitaba con celeridad, debía de volver al hotel cuánto antes. En ese instante de premura, como respondiendo a la retórica de la existencia de la magia, comenzaron a aparecer seres luminosos del tamaño de una luciérnaga, desde dentro de los huecos de los troncos arrugados, iluminando con un tenue destello azul el bosque, llenando de un manto etéreo todo cuanto alrededor se mirase.

Apenas observando por dónde me dirigía, me detuve en seco cuando sentí que algo me agarraba de un brazo. Al comprender lo que era, corto fue el instante para reaccionar  antes de que la rama se comenzara a enredar a lo largo de mi brazo, cuando otra desde los pies se propagaba de igual forma. Allí me quedé perplejo tratando sin éxito de zafarme, mirando horrorizado cómo la naturaleza me sostenía entre sus brazos escabrosos. De a poco perdía la movilidad de mi cuerpo, algo desde la médula se bloqueaba y una pequeña corriente recorría cada nervio de mi cuerpo, solidificándolo. Veía cómo mi piel cambiaba lentamente a un color marrón resquebrajado y poco después comprendía que me transformaba en madera, sólida y pétrea madera milenaria, que endurecía mis articulaciones y ligamentos. Sentía el cosquilleo  desde adentro al aflorar los hongos y el musgo que se asomaba entre medio de las grietas que se abrían entre la carne que ya no era carne , sino que era tan sólo leña mohosa y derruida.

Antes de que se me nublase la mirada pude distinguir con el rabillo del ojo las siluetas de seres pequeños que despertaban desde varios rincones del bosque. En pequeños grupos se iban acercando, guiados por una figura felina que lideraba la parsimoniosa marcha y que apuntaba con una de sus garras hacia donde yo me encontraba cristalizado. Supe pero sin posibilidad de confirmarlo que eran los espíritus que deambulaban por entre los árboles, que realmente vivían en el bosque y que yo me convertía sin quererlo en una figura divina de madera inventada por ellos para venerar y encomendarse, para caminar los fines de semana por el bosque y así olvidarse de su fastidiosa rutina de magia, hechizos y conjuros.

Huilo huilo, abril 2023.




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