sábado, 29 de agosto de 2020

tercera causal

Todo gira en remolinos en la cabeza, los mensajes en el teléfono suenan por montón y son más complicados que esos remolinos turbulentos.

“Todo es un menjunje”, como decía la abuela. Quizá si la abuela estuviera hoy, preparándose su desayuno en la mañana, estaría como nunca callada, pensativa, con la mirada perdida, pensando en qué aconsejar en estas circunstancias, tomándose un té de bailahuén.

Quizá su consejo hubiera cambiado el transcurso de la cosas, hubiera apaciguado el remolino. 

Su mundo, en su tiempo, era tan distinto al de ahora.

No es el posible consejo, no es tampoco la ilusión de niña mientras yo jugaba con mis muñecas regaladas en navidad.

No es la mirada del señor que me hizo la ecografía, ni la fotografía en blanco y negro de lo que va creciendo dentro mío.

Son los recuerdos en la memoria, las pesadillas en la noche, despertar con el pelo pegado de sudor detrás del cuello. Es el cuello que agarrabas con una mano, el peso de tu cuerpo sobre mí, tu aliento entrando y saliendo mil veces en cada jadeo, comiéndose mis pulmones, masticando mis entrañas e implantándose en las cavidades abatidas, en ese desolado nicho donde brotan millones de lastimosas células como un menjunje de tejidos. 

No es el camino de años a cuestas, es ponerle fin a todo esto  el día lunes, entrando al hospital a las ocho de la mañana. 

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