lunes, 16 de enero de 2012

procariota

Estaba escuchando el sonido de las nubes que se esconden detrás de la cordillera cuando me acordé lo que fui en mi otra vida:

Una bacteria diminuta, de esas que se meten en las orejas y viven apenas 20 segundos y se dividen en otras dos células procariontes idénticas y así sucesivamente hasta que llenan toda la oreja de patos y cuando te rascas se meten entre medio de las uñas del dedo índice. Allí viajaba yo con toda mi familia hacia otros orificios del cuerpo. El ombligo era nuestro lugar favorito porque nos tirábamos arriba de las pelusas y rebotábamos o nos agarrábamos bien firmes de una gota de sudor y surfeábamos cayendo a caída libre, dándonos impulso con nuestro súper flagelo, muy veloces.

Lo peor de todo venía cuando nuestro huésped se bañaba y se echaba tanto jabón que nos daban náuseas y vomitábamos todas las proteínas que le chupábamos de la piel y los pelos, eso de estar olorositos no nos agradaba PARA NADA.

A veces nos encontrábamos con un piojo en la cabeza, esos gallos son tan locos por que están al revés de todo lo que camina en el planeta, se marean tanto y hablan tonterías como la importancia del pH balanceado de los shampoos y el sabor de la sangre del cuero cabelludo. Con mis amigos monocelulares nos reíamos un rato, pero después de un par de horas nos aburrían y nos tirábamos por un mechón de pelo hasta las lagañas de los ojos, tan amarillas como siempre, aunque nadie nunca supo para qué, para qué servían más que para ser amarillas. Igual las saludamos de pasadita porque se ponen a llorar si se les hace sentir poco importantes.

Un día vimos un par de virus que son como fantasmas que vuelan por todas partes y se meten a las células del cuerpo y allí se reproducen, son tan cochinos, se juran de la alta alcurnia sólo porque adentro de la célula tienen membrana nuclear y a nosotros el ADN nos da tantas vueltas por dentro que nos dan ataque de risa justo cuando estamos en lo mejor de la comida en la planta de los pies.

Al abuelo bacteria le gustaba visitar el intestino. Allí están las Escherichias Colis que son unas señoras amargadas que descomponen toda la comida que se les cruza y tienen olores muy feos. Cuando se juntan en sus centros de madre se entusiasman tanto que se meten por las uretras y causan infecciones urinarias.

A nosotros nunca nos llamó la atención meternos por allí, es tan frío y tan tan húmedo. Preferimos, además del ombligo, el calorcito de los pliegues que se hacen entre medio de los dedos y cuando nos apretamos mucho hacemos harto piñén.

Todo esto duró hasta que se hizo el alcohol gel, morimos todos y me reencarné de nuevo en una semilla de tomate.