martes, 27 de diciembre de 2011

Revoltijo

Pasó el remolino más grande de todos por mi casa.
Entonces mi lagaña se sacó un ojo mientras la comida masticaba bocas, las lágrimas asustadas no contuvieron el llanto, al mismo tiempo que el camino tropezaba con tus pies que corrían por todos lados.
Si el pulmón entraba en el aire, entonces el jugo gástrico secretaría estómagos, muchos de ellos, para proteinizar los metabolismos.
La música dejó de plasmarse de oídos y fue la primera en salir disparada por la ventana (nunca más la volvimos a escuchar).
El sillón se escondió debajo de mi papá y dentro de mi mamá se metió el refrigerador: alboroto tremendo. (La hermana de mi guagua era la única que soñaba en dormidos, como si nada pasara)
En el patio escuchamos perrear al ladrido, que después de todo tampoco lo pudimos encontrar.
Al final, cuando ya todo no podía estar más revuelto, la sangre chorreó venas por las murallas y los aplausos golpeaban las manos, demostrando su sonrisa con alegrías, muy blancas.
Y allí quedaron tripadas las tiras, y todo el mundo que pasaba quedaba muy confundido y no entendía nada.

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