jueves, 7 de diciembre de 2023

La niebla



 


Corrí camino abajo adentrándome en la niebla. La luz plateada de la luna llena iluminaba tenue las copas de los árboles apenas distinguibles entre la espesa bruma.


Tú bien sabes el miedo que le tengo a la oscuridad, que siempre necesito de una mano que coger, una luz en el camino que me guíe.


Pero ahora corro con los pies descalzos, dejando la cabaña con sus fantasmas, sin mirar atrás para que no pudieran alcanzarme.


En mi cabeza se repiten las palabras que algún día dijiste: “por siempre a tu lado”.

Mas son varios los años de tu ausencia que lo empapa todo con un velo de tristeza. Tu fotografía color sepia se posa ya borrosa sobre el velador en mi lado de la cama.


Cuántos años compartimos en esta casa que fue testigo de nuestros secretos, nuestro escondite de este mundo ingrato, de sus garras afiladas y miradas perniciosas. Nuestro lugar donde yo era princesa y tú la reina, llenando de luz los días de antaño, de la mañana hasta la noche y hasta la mañana nuevamente, enredadas entre las sábanas agitadas, con nuestros cabellos enmarañados y nuestros labios violáceos. 


Ya no se escucha el eco alegre de tu risa después de cada cena, las copas de vino se han secado dejando una mácula carmesí sobre el mantel. 


Y hoy después de una vida de lamentos corro ahora al fin sin ataduras, con el pelo suelto y el vestido desarreglado. 

No me pesan los años. 

No me pesan las amarguras. 

Ni los espinos me dejan cicatrices en las piernas al tropezarme con ellos en el apuro.


La niebla lo oscurece y confunde todo. Con esfuerzo distingo los faroles del camino que demarcan el puente que alguna vez atravesábamos a diario. 


No veo más allá de donde se extienden mis manos, adivino a tientas que ya estoy donde antes corría el río, intuyo el sonido del agua que alguna vez fluyó vertiginosa regando las siembras en primavera.


Y sí, de veras creí verte de pie en la otra orilla, con la mirada taciturna y pelo descuidado como de costumbre, pero no supe si era la niebla o más bien era el efecto del vino obnubilándome la vista.


Y sí, de veras creí escuchar el gorgoteo del agua que hace décadas se tragó el suelo agrietado, pero al tropezar y caer impávida en el gélido caudal y ahogarme en la corriente imaginaria, yo no sentía agua torrentosa atravesándome, solo era niebla lo que mis ojos veían saliendo de mis narices, asfixiando mis pulmones, envolviendo mi cuerpo en tinieblas de olvido. 


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