viernes, 7 de julio de 2023

Batería al 1%



Te dejé partir como la última hoja seca del castaño de Indias en este otoño marrón y plateado.

Después de todo me di cuenta que la caída era inevitable, que no había forma de rebobinar el cassette porque la cinta estaba rayada y un tantito malherida. No porque reprodujiste una canción de forma incesante sino más bien porque el vinilo nunca lo escuchaste y se estropeó.

Así me quedé yo: como ese disco abandonado en un rincón de tu velador, incluso con la envoltura aún sellada.

Ahora te veo al cruzar la plaza, imaginándote que das vueltas en círculos por las esquinas de una ciudad fantasma. Fantasma no por estar llena de espíritus, sino que habitada por sueños otra vez rotos: 

El sentimiento de llegar nuevamente tarde 

ver partir la micro alejándose por la avenida.

A pesar de haber corrido al paradero moviendo las manos en alto el chofer te observa sosegado desde su asiento mientras aprieta el acelerador despiadadamente, como reconociendo que no es la primera vez que aguantas a la espera de un encuentro forzoso e imaginario.

Te quedas en la esquina solitaria por vez quinientas,

se apaga la luz del farol y quedas en la más tranquila de las oscuridades.

Intentas pedir un taxi en tu teléfono para volver a casa antes del toque de queda, pero se te agota la batería.

Allí te quedaste plantada una vez más, echando raíces en un paradero ordinario de Ñuñoa y con el cayado aórtico apunto de estallar en cualquier momento en tu caja torácica.

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