Érase un tiempo donde fuimos libres.
Donde se podían recorrer los pasajes de esta ciudad sin temerle a nada.
Érase un mundo donde nos tomábamos de la mano y nos abrazábamos al encontrarnos con nuestros hermanos.
Y podíamos juntarnos en el departamento con los amigos, conversar sobre cómo va la vida, cómo va la pega y cuánto han crecido los niños, tomándonos unas cervezas.
Eran las noches donde bajábamos al perrito a la calle y ya no le limpiábamos sus patitas al regresar a casa.
Podíamos salir y tomarnos un helado,
o caminar codo a codo por el parque mientras la tarde caía sobre en la ciudad.
Podíamos salir de nuestras casas sin necesidad de mascarilla: la pandemia ya había pasado, lo peor ya había quedado atrás, estaba bien guardada en nuestros recuerdos, en la materia gris de nuestro cerebro.