Nunca me puse a mí mismo
primero que nada, antes que todo.
será acaso que me puse segundo
o vigésimo octavo, siempre atrás de lo corriente, tal vez al lado del punto
seguido, o, para mayor infortunio gramático, después del punto final de la
historia que todos nos contamos en silencio antes de quedarnos dormidos.
Lo que se intenta pensar, por
consiguiente y dadas las circunstancias actuales de desamparo y cefalea, dos
punto cincuenta y tres de la madrugada, es que el punto final, al final, no
siempre señala el desenlace del cuento ni de la historia, mucho menos la
interrupción de tus esfuerzos por alcanzar un día de descanso de tus propios
temores.
Siempre hay modos de saltarse
al párrafo siguiente, sin terror a la persecución del punto ignorado, justificando alguna razón entretenida para
seguir trazando líneas rectas, a ratos un poco helicoidales, a veces un eterno
círculo en lo que para algún dios es un cuaderno donde escribe nuestros
destinos, súper ultra apurado en la noche, mientras dormimos, para que cuando
despertemos a la mañana siguiente odiando la canción del despertador de los
celulares touch, sepamos exacta y claramente cómo avanzar con lo. que .prosigue
.después. del . final .
.