jueves, 28 de abril de 2011

Fragmentos 27

Pude reír.
pude esperar que las hojas se cayeran de los árboles toda la tarde.
pude escoger doblar en la esquina de la bomba de bencina camino a casa.

Pero preferí seguir caminos indistintos, conocidos a más no poder.
Decidí callar lo feo que se genera espontáneamente desde la mierda que se lleva dentro.
Quise entonces que todo alrededor se tornara blanco y negro, y transcurrieran los segundos entre-cortados. entre-olvidados, entre-desperdiciados en los movimientos de las personas que caminan los días viernes hacia las fiestas que organizan para desquitarse, para bailar y sudar cómo los mil demonios.

Me puse antifaz de pajarito para que no me reconocieran y volé entre los que no ven los semáforos en rojo, por pura cuestión de impaciencia y de tratar de llegar primero al asiento del metro. Y todo por sentirse como un gran pedazo de caca que se va agrandando a medida que te pisotean y pisotean con cada minuto que pasa.

Estuve perdido un rato, se me reventaron las espinillas de tanto preguntarme cuántas personas irían a mi funeral si es que se equivocan y me entierran vivo pensando que estoy muerto, cuando en verdad estoy haciéndome el dormido.

Ahora que no soy ni pajarito y ya me cicatrizó la herida, pienso en el mañana y en los pasos que daré al despertar.
En la siesta que no dormirás y los besos que no me darás porque estaremos lejos, lejos pensando que estaremos juntos al llegar la noche.
Y en el pensamiento absurdo de que la gente podría dejar algún día de decir garabatos o dejar de pensar de forma negativa cuando te pegas en el codo con el borde de la mesa, mejor me conformo con saber que vistos desde afuera no somos más que un puto punto en el espacio.



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