martes, 14 de septiembre de 2010

el número que no ha marcado, existe.


Dejó sonar el teléfono dos veces por costumbre, con la esperanza escondida bajo la enagua de que fuese alguien equivocado marcando el número equivocado a la casa equivocada.
Pero esta vez sonó más de cuatro veces hasta que levantó el auricular de su teléfono por primera vez en el mes y escuchó el vacio entrando por su oreja derecha, proyectándose por el auricular desde las entrañas de ese aparato y quizás qué conexiones raras en su interior.
Y supo (incluso antes de decir aló) que era la misma jirafa del mes pasado quien la llamaba.
No la dejaba tranquila.
Se le quedaba sin decir nada, con el auricular desde el otro lado del teléfono,sosteniéndolo con su pata, en alguna habitación de Santiago. Nunca le dijo nada. Nunca le respondió. Pero estaba segura que era una jirafa quien la molestaba. Se notaba en su respiración. No era humana, de ninguna forma. Menos de una hormiga o de los pájaros que cantan a las 6 de la mañana fuera de su casa. No.
Incluso se notaba en la forma en que hacía sonar el teléfono antes de contestar. Pero esta vez había sido diferente , había sonado diferente.
Se daba cuenta que la respiración se le oía distinta; la imaginaba pequeña metida dentro del teléfono, toda doblada con el cuello.
Y esta vez sí que fue diferente, porque la jirafa por fin le habló. Finalmente le soltó las palabras que se venía aguantando desde hace 15 meses en cada llamada que le hacía siempre en la madrugada. Le contó lo que tenía adentro, detrás del bazo, rondando pegada a un eritrocito por su vena.
Y ella la escuchó garabatear sus desdichas, su amores y alegrías, sentada en el borde de la cama.
Sintió que se le formaba el nudo en la garganta antes de soltar dos lágrimas y tres cuartos de moco que limpió con el pañuelo que le regaló su hermana.
Hasta que por fin la mamífera infeliz terminó con su discurso de infortunios, volviendo el silencio nuevamente a su oreja. Se sintió en la obligación como ser viviente del planeta de responder con un lamento o una frasecita de ánimo, pero ninguna se le cruzó por la cabeza en ese instante.
Sintió la pena creciendo en su pecho, el ahogo que venía reprimiendo hace tiempo. Nunca antes se había sentido más pequeña, ni que de verdad necesitaba cortarse las puntas secas del pelo.
Intentó sugerir una forma de llevar a cabo mejor las conversaciones de aquí en adelante, juntarse en alguna estación del metro y dejar pasar hasta tres carros si fuese necesario para intercambiar palabras, para abrazarse si es mucho el dolor, pero la jirafa ya había colgado el teléfono del otro lado, dejándola con la palabra perfecta esfumándose entre los labios.
Se quedó allí, en el mismo borde de la cama donde la había pillado media hora antes de contestar el llamado, con la mirada perdida en la pared de su habitación, que ahora le parecía extraña.

Encontró la libreta telefónica escondida en el fondo del último cajón de la cómoda.