jueves, 20 de junio de 2024

el canto del chincol

 




Te saliste de todo para verte desde afuera. 

Te fuiste del mundo

para observarlo desde lejos

quizá desde una galaxia vecina o un multiverso incorporado en el mismo tiempo y espacio en el que estás viviendo.

Te alejabas murmurando una canción en tu cabeza 

que solo a ti te dedicabas

en los momentos más perniciosos.

Y así como solían ser los días,

así se iban sucediendo.


El sol incandescente aparecía por la cordillera y siempre siempre se escondía por el mar. 

Casualidad de las cosas o predeterminación establecida, es que la sombra de ese sol sea tapada por el edificio de enfrente desde las 13:47 en horario de invierno. 

Quizá por aquel desliz del destino los geranios de la terraza se marchitan más rápido de lo habitual, cuando  deberían de florecer todo el año (según el catálogo de homecenter).


Contemplas desde fuera la vida,

tu vida,

la vida de los demás:

Un vaivén del tiempo; un remezón de moléculas en un mar primitivo; el vuelo de un pájaro; las bocinas de los autos; la bondad y la mentira; la tranquilidad y el caos; la lluvia cayendo y el sol ardiendo drenando el agua al día siguiente.


¿Serás solo entrecruzamientos de cromosomas?

¿Será solo el efecto de la luna en las mareas, tan solo un error del azar?


No,

no puedes ser tan solo un tropiezo de átomos,

y neutrones

y quarks 

y hormonas

y proteínas,

y sinapsis neuronales,

y neurotrasmisores

e historias 

y recuerdos, perversos recuerdos. 


Debe haber algo tras el sol que amanece y se esconde,

en la vida de los pájaros,

de aquel chincolito que hoy se posaba en la copa de un árbol y cantaba,

un silbido suave y colorido,

un canto que solo a él se dedicaba

y que ninguna otra avecilla en la cuadra escuchó,

porque los otros pájaros estaban fuera,

fuera del mundo,

de su mundo,

y observándolo todo desde lejos.