miércoles, 16 de noviembre de 2011

Mensaje enviado desde Neptuno


Comencé la investigación el Once de Noviembre de Dosmilonce porque era una fecha que no se repetiría en ningún nuevo ciclo solar, por lo menos no en millones de años y en otro universo.

La idea era tomar una muestra de recién nacidos y utilizar un método avanzado de reconocimiento de llanto, gesticulaciones, evaluación de postura y principalmente de fluctuaciones en el impulso nervioso y sináptico a nivel cerebral (porque no se puede realizar de otra manera) para recopilar información y conocer la respuesta a una pregunta sencilla que le hacíamos a los recién nacidos que cumplían con los criterios de inclusión.

La hipótesis era la siguiente: "Los recién nacidos de madres multíparas o primigestas son capaces de decidir, en el momento mismo del parto (durante el expulsivo), si quieren permanecer en el planeta Tierra o Nacer en otro mundo, según el grado de felicidad que ellos estimen conveniente".

En palabras simples, les damos la posibilidad al bebito de querer quedarse en este planeta o de irse a vivir a otro planeta del sistema solar, incluso fuera de la vía láctea, en algún exoplaneta aunque todavía no se haya descubierto.

Nos basamos en el principio ético de la autonomía, de decidir en qué planeta nacer, crecer, enamorarse, llorar y morir. A todo ser humano, desde el principio de los tiempos y la historia Bípeda, se le ha pasado a llevar este derecho de elección, obligándonos a nacer en un planeta sin preguntarnos si así lo queremos o si en verdad nos gusta más Júpiter o una luna de Saturno.

La investigación era experimental puesto que realizábamos una intervención en la muestra escogida de bebitos. Dicha intervención consistía en colocar electrodos cefálicos al momento de coronar la cabeza del bebé y asomarse por primera vez en el planeta, incluso antes de respirar.

El electrodo cefálico tenía dos funciones: de emisor y receptor de mensajes. Les enviábamos señales pulsátiles que se percibían como imágenes en el telencéfalo neonatal. Las señales que les mandábamos eran sencillas: les enseñábamos el planeta Tierra.

Les mostrábamos dónde vivían los seres humanos (casas), las cosas que comían (carne), cómo se comunicaban (boca). Era posible transmitir hasta sentimientos: entonces le transmitíamos el sentimiento de la alegría al dar el primer pasito en la vida;

el sentimiento del fracaso al obtener nota roja en una prueba luego de estudiar toda la noche;

el sentimiento del amor al cruzar la primera mirada con tu alma gemela;

el sentimiento del dolor al perder al que llamamos papá y a la que llamamos mamá

y el sentimiento de la confusión interna al no encontrarse a uno mismo por mucho que uno se busque.

Elegimos agregar imágenes sencillas por medio del electrodo, en alusión a nuestro planeta: un pajarito, un automóvil, una canción, un celular, un político, una nube y una lágrima.

Todo eso se transmitía en 2. 33 segundos, porque la elección tenía que ser rápida. El mensaje finalizaba mostrando cómo todo ser humano termina al momento de dejar de latir el corazón, luego del último suspiro: huesos metidos dentro de una caja enterrada bajo tierra.

Al acabar el mensaje emitido, el electrodo captaba las señales que reenviaba como respuesta el telencéfalo del bebito y las procesaba en un computador, arrojando dos simples respuestas: SÍ o NO.

En el caso de que apareciera la palabra SÍ, entonces se proseguía con la atención del parto, rotación externa, extracción de los hombros y del resto del cuerpo, ligadura de cordón y ya el bebé formaba parte del planeta Tierra y pasaba a ser un ser humano persona, incluso reconocido por la constitución y las implicaciones legales que ello conlleva.

De lo contrario, si la opción NO aparecía en la pantalla, entonces aplicábamos la maniobra de Zavanelli e introducíamos de nuevo la cabeza fetal (porque aún no era un ser humano persona) dentro del útero.

Colocábamos rápidamente dos ventosas en el fondo del útero externamente y procedíamos a aplicar ondas de alta frecuencia (todo esto aprobado por el consentimiento firmado de la madre previamente). Las ondas tenían tanta frecuencia que superaban la frecuencia alcanzada por la luz al viajar por el vacío y entonces el feto era capaz de desintegrar sus partículas pesadas en partículas de luz que se transmitían como una especia de rayo en dirección al planeta que el bebé escogía en secreto para nacer y vivir su vida de adulto extra-terrestre.

Las madres de los bebés que escogían otro planeta, como era de esperar, pasaban por un período de defensas bajas pero eso también lo cubría la investigación y les dábamos un tratamiento endovenoso y un caramelo.

Sin saberlo los sujetos de la muestra, debo confesar, enviamos un transmisor interestelar junto con el bebé arrojado a otro planeta, para conocer el grado de felicidad alcanzado y saber si la investigación tuvo significancia o no (esto nunca lo publicamos, por conflictos con el comité de ética de la investigación).

Los bebés cada mes nos envían un informe de sus experiencias y los resultados han sido asombrosos. La curva de felicidad ha ido en aumento progresivo e invariable durante todos este tiempo. Han alcanzado la felicidad plena en su planeta escogido. No conocen de fracasos ni de violencia intrafamiliar o femicidios, de palabras negativas hacia segundas personas en el trabajo, ni siquiera de conflictos con uno mismo ni de accidentes de tránsito los fines de semana largo: en los otros planetas del universo aún no se inventan las carreteras.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Donnie Darko


Donnie: ¿porqué usas ese estúpido disfraz de conejo?
Frank: y tú, ¿porqué usas ese estúpido disfraz de humano?

Donnie Darko [2001], Richard Kelly