jueves, 28 de abril de 2011

Fragmentos 27

Pude reír.
pude esperar que las hojas se cayeran de los árboles toda la tarde.
pude escoger doblar en la esquina de la bomba de bencina camino a casa.

Pero preferí seguir caminos indistintos, conocidos a más no poder.
Decidí callar lo feo que se genera espontáneamente desde la mierda que se lleva dentro.
Quise entonces que todo alrededor se tornara blanco y negro, y transcurrieran los segundos entre-cortados. entre-olvidados, entre-desperdiciados en los movimientos de las personas que caminan los días viernes hacia las fiestas que organizan para desquitarse, para bailar y sudar cómo los mil demonios.

Me puse antifaz de pajarito para que no me reconocieran y volé entre los que no ven los semáforos en rojo, por pura cuestión de impaciencia y de tratar de llegar primero al asiento del metro. Y todo por sentirse como un gran pedazo de caca que se va agrandando a medida que te pisotean y pisotean con cada minuto que pasa.

Estuve perdido un rato, se me reventaron las espinillas de tanto preguntarme cuántas personas irían a mi funeral si es que se equivocan y me entierran vivo pensando que estoy muerto, cuando en verdad estoy haciéndome el dormido.

Ahora que no soy ni pajarito y ya me cicatrizó la herida, pienso en el mañana y en los pasos que daré al despertar.
En la siesta que no dormirás y los besos que no me darás porque estaremos lejos, lejos pensando que estaremos juntos al llegar la noche.
Y en el pensamiento absurdo de que la gente podría dejar algún día de decir garabatos o dejar de pensar de forma negativa cuando te pegas en el codo con el borde de la mesa, mejor me conformo con saber que vistos desde afuera no somos más que un puto punto en el espacio.



miércoles, 20 de abril de 2011


Estás en mi escaldasono cuando hace frío y te transformaste en mi calzoncillo de la suerte (el que me trae más suerte).
Estás en la cama 224-1 de Ginecología a las tres treinta y dos de la madrugada, con la ducha del baño goteando.
Te apareces al otro lado del andén cuando espero el tren de las 7.04 y me topo contigo en los paraderos de micro esperando la 211.
Quiero enredarme cada mañana contigo, enredado en serio, y que la alarma suene todo el día pero como no nos podemos mover no nos queda otra que quedarnos en casa acostados.



felices 36=3 (:

miércoles, 6 de abril de 2011

conversaciones mudas entre tú y mí-mismo

Escucho tus sonidos desde la ventana del Café. vienes llegando.

huelo tus colores,

veo tus olores.

percibo tus dolores

Estoy un paso a la derecha y atrás de tu marcha, de tu decisión de dejar caer tus glúteos sobre una silla abandonada para reposar un instante de los fregones del día jueves.

Pides una copa de vino para ahogar los prejuicios y soltar a risas las palabras que no se dicen sobrio (a menos que estés loco).

"yo solo espero que las cosas sucedan", me sueltas desde lejos con una mirada.

Lo entiendo, todos en el café lo entendemos porque es lo mismo que todos hacemos en las estaciones de metro: dejamos que el carrito se meta al andén,

dejamos que se abran las puertas,

dejamos que nos empujen hacia adentro y esas cosas.

Nadie en el Café, te lo puedo asegurar, detiene carritos de metro con una mano o propone soluciones concretas al mar de gente en hora pico.

Dejamos que los días vengan, que lleguen, que avancen, que se esfumen y se transformen en un número más en el calendario.

sabía yo que tu día iba peor que el mío.

sabías tú que yo sabía todo eso desde mi mesa.

Estamos todos a la espera del mesero, todos lo deseamos, todos queremos contar nuestras penas, todos queremos llorar lo que acongoja, todos queremos pedir una orden de decisiones acertadas y de agradecimientos por aquello.

Recojo las bolsitas de azúcar vacías que le eché al café y te las dejo en la mesa camino hacia a la puerta. Es lo que estábamos esperando a que ocurriera, es lo que el destino tenía preparado para nosotros.

Dejé el Café con los bolsillos llenos de servilletas (mi mamá las colecciona) y tú te quedaste allí con el destino a cuestas, con la lágrima a punto de caer por tu ojo izquierdo y con una sinapsis neuronal repitiéndose por todo lo que quedaba de tarde. Pero yo sabía que tú sabías que de lo único que estábamos seguros era que nuestros días ya no iban a ser los mismos de antes.