jueves, 2 de diciembre de 2010

encuentro cercano con los extra-extra-extra terrestres


Llegó el día que desde pequeños soñamos con que llegaría.
Los saludamos con una apretón de manos por primera vez en la historia del universo post-bigbang.
Resultó que eran iguales que nosotros, sólo que comían por los brazos.
Pasó que sentían igual que nosotros, sólo que no lloraban.
Y también que hablaban el mismo idioma nuestro, sólo que no nos entendíamos.
De todo lo posiblemente encontrable en las galaxias más lejanas del cielo, encontramos el reflejo mejorado de nuestra imagen y de nuestros sueños personificados en un cuarteto de ojos, tres manos, doce dedos.
Bailamos con ellos las canciones de moda, comimos con ellos los manjares más deliciosos, nos sacamos fotos y las subimos a internet para que todos nos conocieran.
Reimos un rato sobre cosas del origen de la vida y del fin de los tiempos, que para regocijo de ambas partes faltaba más de 3 ciclos solares para ello (vamos recién en el k'atun 4 Ahau)
Comenzó el mestizaje, el cruzamiento de habitantes extraterrestres con los nuestros.
Parimos sapos, lagartijas, de esos peces que viven bien abajo en el mar, cualquier cosa menos un ser humano.
Los cromosomas y su información genética estaban codificados para generar semejante criatura, mutación de la naturaleza producto de la combinación con los que llegaron fuera del planeta y sus respectivas divisiones celulares.
Pero como los queríamos tanto, como eran lo que estaba en boca de todos, la noticia más interesante en siglos, no pudimos resistir el deseo del abrazo, del apareamiento desenfrendado con el alienígena ya establecido en nuestras casas.
Y así nuestra descendencia se convirtió en una población de anfibios descorazonados sin proyección alguna más allá del languetazo que dan a la mosca que se quiere comer.