domingo, 28 de junio de 2009


Carnaval de Venecia, Febrero 2009

viernes, 26 de junio de 2009

Mujer bonita, Hombre inteligente

El corazón le palpitaba con rapidez mientras lo veía todo blanco detrás de su velo.

Sentía las miradas de los presentes clavándose en su caminata, en su cabello y en su vestido: Sus primos que la visitaban una vez cada tres meses a la izquierda; sus tíos lejanos que no se ponían un terno hace mucho tiempo a la derecha; la tía solterona que la miraba casi con envidia pero que dos horas veintinueve minutos más tarde agarraría el ramo que llevaba en las manos; su padre caminando junto a ella llevándola del brazo porque sola de seguro se perdería y sus mamá de pie en la primera fila, algo conmovida por su avanzar lento y monótono hacia el altar, olvidando completamente, por lo menos durante la ceremonia y luego comiendo canapés durante el cocktail, las incontables ocasiones en las que le dijo que él no era en lo absoluto lo que había esperado para ella. Y él, al final del camino, esperándola en el altar mirándola con los ojos bien abiertos, los mismos ojos con los que la miró hace siete años atrás cuando la vio por primera vez entrando a la sala de clases y supo desde ese instante que ella iba a ser suya; los mismos ojos bien abiertos con los que la miraría dos semanas después cuando le cuente que está embarazada y los mismo ojos con los que la miraría tres años, dos meses y diez días después mientras la golpee en la cara porque no le tenía la comida preparada cuando llegó del trabajo.

Ahora ella caminaba lo que le pareció una eternidad hasta el altar. El padre entregó casi envuelta en papel de regalo a su hija al tipo que no la haría feliz al llegar a viejos y las niñas que llevaban el vestido se alejaron corriendo a abrazar a sus madres preguntándose si lo habrían llevado de la forma correcta o más bien habían hecho el ridículo.

Se miraron. Él le dijo que se veía hermosa y ella asomó una sonrisa entre la pintura que le colmaba la cara. El cura los saludó y comenzó a decir las palabras que ya se sabía de memoria porque las repetía casi todos los días, diciéndolas un poco más rápido esta vez porque tenía ganas de ir al baño. Y allí estaban ella, de pie junto al príncipe azul que siempre había soñado (claro que no era rubio y medía 20 centímetros menos de lo que esperaba) y él, de pie junto a la mujer que le lavaría los calcetines (puesto que su madre ya no lo haría) por el resto de su vida. El blah blah del cura se hizo mucho más eterno que la caminata, y los invitados ya comenzaban a toser y bostezar de las ganas que tenían de cenar. Mas ella se sentía en un sueño, un sueño del que no quería nunca despertar, un sueño que de seguro no aguantaría de contar a su mejor amiga del colegio a la que tendría que llamar por teléfono porque a él no le va a gustar que salga por ahí sola, las mujeres casadas no hacen eso.

Ya se acercaban las palabras que tanto habían querido escuchar todos desde el principio, para aplaudir y usar el arroz que habían juntado en bolsitas para tirarle a los recién casados cuando abrieran la boca y se lo tragasen. Los anillos ya estaban puestos, el juramento ya estaba hecho, él ya estaba aburrido y a ella ya se le salían las lágrimas de los ojos. Hasta que el cura por fin las soltó de sus labios:

Los declaro Marido y Mujer.

Hubo un silencio que sólo duró medio segundo pero que pareció más largo que la caminata y la oratoria del cura juntos.

Una nueva familia se había formado. Entonces él ya estaba casado y ella podía empezar por primera vez a sentirse mujer.

miércoles, 24 de junio de 2009

(profundo, profundo)


Estaba esperando tu llamada...

domingo, 14 de junio de 2009

por todo eso

Por todos los buenos momentos, Patricia saltaría de un cerro en paracaídas. Por todos los besos que le gustaría dar y no lo ha hecho, cocinaría todos los días en su casa en vez de pedir algo en el Mc Donalds. Por las ilusiones reiteradas de verse en el altar con velo y de blanco, ella se compraría una faldita cortita para mostrar las piernas en el metro. Pero como todas esas cosas no le pasan, se queda sentada, medio-esperando si le salen las ganas de tirarse del cerro en paracaídas con faldita.